Los miserables (de British Airways)

05/04/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Una mujer de 87 años se mueve nerviosamente en su asiento del Boeing 787 de British Airways que la va a llevar de Los Ángeles a Londres. Kocharik Tsamouzian se ha ceñido el cinturón de seguridad con cierta antelación; pero justo al escuchar su clic metálico al cerrarse se lo desabrocha, porque se está orinando. Se incorpora ligeramente para acudir hasta el WC del fondo del pasillo, el más cercano a su plaza. Cuando la azafata la ve levantarse le pregunta a dónde se dirige, y la anciana le responde, la azafata le explica que no puede moverse de su asiento, y tampoco para ir al servicio. La anciana le explica que se está orinando, pero la azafata es tajante: por medidas de seguridad, British Airways no permite a sus pasajeros utilizar sus WC en tierra. Ante la queja de Tsamouzian, el resto de la tripulación de cabina también le deniega el permiso para levantarse y poder ir al servicio. En un principio, el asunto podía haber terminado ahí: en cuanto el avión despegara y se normalizara el vuelo, la mujer podría levantarse y dirigirse al WC. El problema -añadido- sobreviene cuando el vuelo sufre un retraso de 90 minutos, ya con todos los pasajeros inmovilizados en sus asientos y con los cinturones puestos. Si ya se estaba orinando, esa perspectiva de hora y media sin poder moverse de su sitio tuvo que desesperar a esta pobre mujer, que les seguía implorando.

Imagino a Kocharik Tsamouzian desesperada, suplicando a una tripulación de gentes que, frente a sus 87 años, bien podrían ser sus nietos, tratando de razonarles que no podía aguantarse, que se iba a orinar encima, frente a la negativa empresarial de la compañía. La imagino levantándose de su asiento –lo hizo-, y a las azafatas y azafatos cerrándole el paso, obligándola a volver a sentarse. Imagino su rostro arañado de arrugas, con la impotencia agrietándole los ojos, los pómulos hundidos, la barbilla temblorosa mientras se acaba meando encima. Después, 13 horas de vuelo sobre su propia orina, con su ropa y el asiento completamente empapados, hasta llegar a Londres.

Aida Behroozi, la hija de la anciana, ya ha denunciado lo ocurrido ante los medios de comunicación británicos, afirmando que la tripulación “llegó a bloquear el paso” a su madre para que no pudiera llegar hasta la puerta del WC. No sé, quizá imaginaban que su orina escondía un arma química de destrucción masiva. Lo que sí imagino es que, ante la precariedad laboral tan asumida estos tiempos, en un exceso estúpido de celo, prefirieron aplicar la normativa abusiva de British Airways a la más elemental humanidad. La compañía ha argumentado que sus azafatas únicamente siguieron las normas de seguridad de la Avión Civil británica y estadounidense, y han ofrecido una compensación de 47 euros, sin disculparse, que es lo que exige Kocharik Tsamouzian: 47 euros, a una anciana de 87 años, por hacer un viaje de 13 horas sobre su meado, con el vestido y la dignidad mojadas, las 13 interminables horas siguientes.

A veces cojo varios vuelos al mes y estoy acostumbrado a la liturgia del control del equipaje de mano. Llego a la cinta, saco el portátil del maletín, donde ya he dejado los objetos metálicos y el móvil. Si llevo botas, aunque apenas me cubran el tobillo, me descalzo disciplinadamente antes de que me lo digan. Espero lo que haga falta, y estoy tan acostumbrado que para mí es tan natural como el propio vuelo, como el propio viaje, porque me sigue maravillando poder desayunar en París, almorzar en Madrid y cenar en Córdoba, en un solo día, y me lo tomo con deportividad: a fin de cuentas, es por mi propia seguridad, que es la de todos. Pero si asumimos esta incomodidad por el bien común, también los protocolos de seguridad deben contemplar sus excepciones. En este caso, están claras: no se puede tratar así a nadie, eso está claro, máximo cuando se sabe que el vuelo se retrasará 90 minutos más. Máximo, con una anciana de 87 años.

La lástima es que Kocharik Tsamouzian, a sus 87 años, tuviera que aguantarse y no pudiera mearles encima a estos verdaderos hijos de puta.

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