‘Un chico de revista’: Arqueología de un género

07/04/2017

Luis M. del Amo. El madrileño Teatro La Latina ofrece la oportunidad de revivir un espectáculo de la desaparecida revista.

La revista, el género musical caracterizado por la liviandad de sus argumentos dramáticos, junto a la intercalación de números musicales y el protagonismo usual de una vedette o actriz principal – cuya última gran representante fue la recientemente fallecida Lina Morgan – ha vuelto, después de 23 años, a la capital.

Madrid, polo de atracción del talento de todos los rincones de España, suele ser además uno de los protagonistas de este género cuyas raíces se hunden en el music hall, el burlesque, el cabaré y la opereta o comedia musical, en decadencia en Europa y América desde los años 60 del pasado siglo, y alargados sus estertores en España, por mor de la dictadura, hasta los años 80, unido su destino al del destape. Como este, aparte del protagonismo de la metrópoli como punto de reunión de artistas, la revista, además de la canción y el baile, utiliza el erotismo como reclamo comercial para atraer público a sus salas.

En Madrid, la revista unió su nombre, además de a Lina Morgan, la vedette cómica que tantas veces interpretó el papel de pueblerina llegada a la capital del reino, al del Teatro La Latina, adquirido precisamente por la actriz, y que aún hoy guarda un palco cerrado en homenaje a la actriz.

En 2017, el Teatro La Latina recupera con Un chico de revista este exponente del género. Una recuperación debida precisamente a la labor cuasi arqueológica de su autor, Juan Andrés Araque, un estudioso del género que, embarcado en una tesis doctoral, terminó escribiendo el libreto que enfiló el camino de las tablas.

Dieciocho intérpretes y cuatro músicos

Con 18 intérpretes en escena, entre actores y cuerpo de baile, y cuatro músicos, Un chico de revista ha llegado finalmente a la cartelera del Teatro La Latina donde permanecerá hasta el próximo 16 de abril. La obra, una recreación muy Cuéntame del viaje a la capital de un muchacho granadino – gitano, para más señas – que busca busca cumplir su ‘sueño’, y trabajar en la revista, se ambienta en los años 60 del pasado siglo.

Poco importa el predecible resultado de este viaje, ni otras exigencias que, a diferencia de otros géneros, carecen de sentido en este género tan vinculado al teatro musical. Aquí, en la revista, lo que cuenta aquí es el ritmo, la vistosidad, la chispa y, como no, el erotismo. Elementos todos ellos, afortunadamente presentes en Un chico de revista.

Como buen exponente de su género, la obra combina la capacidad de mover enormes elencos – impensables hoy en día en el ámbito del teatro privado, más allá del musical – con una gran celeridad a la hora de abordar las transiciones. En la revista todo se sacrifica en aras del ritmo. Y así, una cueva de Granada, el domicilio del protagonista se sugiere apenas con media pared, dos cuadros y una silla. Basta un espejo, que baja de las alturas – del peine – para representar un camerino. O un simple telón, sin mayores preocupaciones formales, para representar cualquier cosa. (Y todo ello movido por un único operario, un solo maquinista, según figura en el programa.)

En la obra, como en el género, lo importante es el baile, la canción, el chiste, la sorpresa y, en definitiva, las ganas de pasarlo bien. Tampoco falta el erotismo, de la mano de un atractivo cuerpo de baile, que se compone de diez bailarines. Y en cuyas evoluciones, por mor de la modernidad, no falta algún guiño al público homosexual.

No faltan faldas cortas, plumas largas, kilométricas piernas, torsos esculturales, algún rostro televisivo, y Rosa Valenty, la veterana vedette que, tras años retirada de las tablas, pone al servicio del espectáculo su experiencia y su buen hacer en la interpretación de canciones y textos, al frente de un equipo de actores que no desentona. Y donde se incluyen también algunas canciones, bien interpretadas, y que constituyen un excelente contrapunto que eleva el rumbo de la obra.

Finalmente, hay que destacar, además de la labor de actores y bailarines, el trabajo en la dirección de Juan Luis Iborra, y el de César Belda en la dirección musical de una veintena de canciones – clásicos del género en su mayoría – aunque tampoco falten algunos guiños a la época – marcada por la canción protesta – como aquella descacharrante prueba donde un actor interpreta Al vent.

Mención aparte merece el trabajo de iluminación a cargo de Juanjo Llorens, que no deja pasar la oportunidad y se luce con fantásticos cicloramas y espectaculares composiciones donde brilla la impactante escalera, otro clásico del género.

En resumen, un sorprendente espectáculo, atractivo y muy digno, y una oportunidad única de revivir un género de indiscutible importancia.

Muy recomendable.

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