‘La vida es sueño’: En torno a lo esencial

27/04/2017

Luis M. del Amo. Moma Teatre firma una versión de Calderón que prescinde de buena parte del humor del original.

Los valencianos Moma Teatre han estrenado en Madrid La vida es sueño [vv. 105-16], una adaptación de la obra de Calderón de la Barca a cargo de su director y fundador Carles Alfaro. La obra recorta el texto original, y suprime diversos personajes, algunos de ellos esenciales. Con una puesta en escena minimalista, y con resultados dispares, la obra trata de embutir en unos pocos elementos la honda disquisición filosófica calderoniana.

La versión de Alfaro somete a una poda a la obra de Calderón, dejando en cuatro los siete personajes principales del original. Uno de los personajes sacrificados es Clarín, el ingenioso criado que cumple la función de gracioso, tan cara en la dramaturgia clásica. En sus comentarios a la función, el propio Alfaro esgrime la necesidad de quedarse con lo “esencial” como uno de los motivos que le han llevado a recortar el drama.

Sin embargo, a la luz de la supresión de Clarín, cabe preguntarse por los resultados de esa poda. La versión de Alfaro, y su puesta en escena, pues el fundador de Moma Teatre es también autor, no solo de la adaptación sino también de la dirección y de la escenografía – de forma compartida, esta última – localiza la obra en dos grandes espacios. Por un lado un gigantesco cubo central, donde se sitúa, tanto la mazmorra que encierra a Segismundo, como la habitación palaciega donde luego descansará. Y por otro, el resto del escenario, desnudo en este caso, que circunda a esa gran figura geométrica.

Nada que objetar a esta solución. Sin embargo, quizás guiado por ese afán de ir a la sustancia, y quedarse solo con lo esencial, la iluminación, y en general toda la puesta en escena, se reduce prácticamente a dos tonos, el blanco y el negro. Un ascetismo muy propio del espíritu de la Contrarreforma, pero que trasluce además, en mi opinión, algunas de las carencias que minan la eficacia del, no obstante, meritorio montaje de la compañía valenciana.

Difícil reducción

Reducida a estos dos tonos, y su sentido del humor eliminado, la obra calderoniana ofrece en manos de Alfaro una tendencia a lo mortecino, más que al violento contraste; a lo plúmbeo, más que a lo grave; a lo solemne, más que a lo filosófico. Al menos en algunos pasajes de la obra.

Esta querencia se manifiesta también en el apartado interpretativo. Hay que señalar aquí la sorprendente interpretación de Alejandro Saá en el papel de Segismundo, especialmente en el plano vocal. El Segismundo de Saá, en la escala tonal, se sitúa en la zona de los agudos, una clave marcadamente cómica. Y aunque el resultado sea chocante, hay que decir que no es malo, salvo en la parte final de la obra, como ahora se explicará.

Llevado por el afán reduccionista anteriormente descrito, la dirección y la adaptación de Alfaro impone a la obra, en su parte final, un ritmo que le es ajeno. Me refiero a la parte de la resolución, cuando todo se soluciona, y que, por este motivo precisamente, pide alegría, gente, casi bullicio. Y no la demorada reflexión, el tenebrismo y la lentitud que propone la función de los valencianos.

Matemáticas sutiles”

Es en esta parte donde el Segismundo ‘trompetero’ – si se me permite la expresión – de Saá desentona – y no antes – cuando es obligado a mantenerse en una lentitud que, en mi opinión, choca con el espíritu que rige esa parte de la obra – ya se ha dicho, más alegre –, restando credibilidad a sus frases – hasta entonces correctas, incluso muy apreciables –, insisto, en esa parte de la obra.

Hay que destacar además, no solo el trabajo de Enric Benavent como Clotaldo, y de Rebeca Valls como Rosaura, sino de Vicente Fuentes, como Basilio. Habrá a quien no le guste el estilo de este intérprete – como mascando las palabras –. Pero para mí su aportación es fundamental. Especialmente en el monólogo inicial. Un momento en que hay que situar al público en el universo calderoniano, complejo y luminoso, lleno de palabras en buena parte hoy en desuso. Es aquí, cuando, parafraseando a su personaje, la palabra de Fuentes se muestra como “matemáticas sutiles”.

En definitiva, una obra apreciable, que yerra, en mi opinión, al suprimir el humor del texto de Calderón, si bien atesora un buen puñado de elementos muy interesantes, tanto en el apartado de la interpretación como en el de la puesta en escena.

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