‘La edad de la ira’: La voz recobrada

25/04/2017

Luis M. del Amo. La Joven Compañía lleva a escena la obra finalista del Nadal sobre la adolescencia

La edad de la ira, el montaje basado en la novela finalista del Nadal 2010 en torno a la adolescencia, aparece como un excelente ejemplo de los límites y virtudes de este gran proyecto llamado La Joven Compañía. Entre sus virtudes destaca la elegante simplicidad de sus puestas en escena, la pujante energía de sus actores, así como el acierto en la elección de textos y temáticas que puedan interesar al público juvenil; sin renunciar en ningún caso a un marchamo de calidad profesional, que se encuentra presente en todas sus producciones.

En el lado de los problemas, sin embargo, se encuentra precisamente esa inexperiencia y falta de madurez de sus jóvenes intérpretes, así como la carencia de algunos recursos expresivos fundamentales, unas fallas a pesar de las cuales La Joven Compañía debe sacar adelante sus producciones.

Y decíamos que La edad de la ira constituye un buen ejemplo de estos dos lados del balance de este proyecto artístico que está consiguiendo acercar el teatro a los jóvenes. Destacan por un lado una excelente puesta en escena, con una sencilla escenografía que alberga con sentido los nuevos lenguajes, como el vídeo o las redes sociales; la energía de sus intérpretes y su muy notable, sobre todo teniendo en cuenta su edad, calidad interpretativa, junto al acierto en la elección de la obra, una adaptación de la novela homónima de Fernando J. López, finalista del Nadal en 2010.

Mejor en las obras corales

Sin embargo, en el capítulo del debe, la función se encuentra con algunos de los problemas ya detectados en el anterior montaje de la compañía La isla del tesoro. Y es que, debido a la falta de madurez de sus intérpretes, el capítulo interpretativo se resiente, muy especialmente en el caso de los protagonistas.

Es en el papel protagonista donde un intérprete debe mostrar una mayor variedad de recursos expresivos. Y es en este apartado donde la obra encuentra sus mayores limitaciones. No en vano la compañía ha logrado sus mayores logros con obras de naturaleza coral, como aquella maravillosa Ilíada, donde los chicos, aliviados de ese peso, tenían la ocasión de mostrar sus mejores bazas, en un montaje absolutamente excepcional.

Es en punto donde Álex Villazán, un portento físico, y fantástico intérprete por lo demás, se ve obligado a servir sus frases en un tono siempre iracundo, que es muy difícil de gestionar, a pesar de lo cual brilla al encarnar a un ser hermoso y frágil, sensible y decidido; y que conforma el terceto protagonista junto a María Romero, siempre solvente y cada día más dueña de sus capacidades expresivas; y Javier Ariano, frágil y convincente.

Un terceto protagonista que se completa con el resto del plantel, compuesto por Rosa Martí, una divertidísima Brenda, quien se lanza sin temor a exprimir las posibilidades cómicas de su papel; así como la magnífica Laura Montesinos, perfecta en su papel de la poligonera; su compañero Jesús Lavi, en el papel de Adrián; sin olvidar al eficaz Jorge Yumar, como Sergio; o a Alejandro Chaparro, aquel Héctor en La Ilíada, que encaja aquí con plena convicción en el papel del hermano mayor.

La sencillez por bandera

Decíamos que la obra muestra a la perfección algunas de las virtudes de los montajes de La Joven Compañía. En este sentido hay que hablar por un lado de la magnífica escenografía, compuesta por esa galería central, sobre cuyos cristales se proyectan vídeos y fotos, y que simboliza con acierto la naturaleza mediática de nuestra sociedad actual.

Y por otro, la perfecta naturalidad con que se desenvuelven los actores en escena. Algo muy difícil en una obra de esta complejidad, que se compone de fragmentos cuyo montaje debe el espectador completar en su cabeza, a la busca de un sentido. Una misión que se logra plenamente, hay que añadir.

En este punto, José Luis Arellano García, su director, vuelve a mostrar sus dotes y ofrece una puesta en escena que combina bien una serie de momentos ‘convencionales’ o ‘naturalistas’ – en que los actores se comportan ‘normalmente’ – con otros más abstractos, como los ralentizados de un baile durante la fiesta, intercalados con suavidad y armonía con monólogos más intimistas o reflexivos. Un gran acierto, sin duda.

Sociedad mediatizada

Por otro lado, esa gran galería central, que simboliza los diferentes medios de comunicación, y que se sitúa físicamente en el medio – pues también hay acción delante y detrás– pemite a Arellano, no solo agrupar viejos y nuevos medios, como el cine y las redes sociales, sino separar con sencillez y eficacia diferentes partes de la representación, y proyectar, como ya se ha dicho, diferentes vídeos e imágenes que ayudan a ilustrar la historia.

Finalmente, y además de la utilización de la música, siempre discreta – otra ‘marca’ de la casa –, hay que destacar el buen hacer de Arellano en la dirección de actores. Consciente del tipo de actores con los que cuenta – jovencísimos – , el director hace discurrir la interpretación por la vía de lo físico. En sus obras, los jóvenes actores corren, se pelean, se empujan sin cesar. Y también se aman. Y ese es uno de los momentos más hermosos de esta obra, que está llamada a triunfar, muy especialmente entre el público juvenil.

Una suma de aciertos, muy especialmente en el campo de la dirección escénica, que aprovecha la vitalidad y empuje de sus jovencísimos intérpretes.

No se la pierdan.

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