Rajoy rehuye de la corrupción

24/04/2017

Luis Díez.

La corrupción persigue a Rajoy, pero él corre más. La agenda internacional que le ha llevado a Brasil terminará el jueves en Uruguay, y el pleno del Congreso de la semana siguiente estará dedicado al debate del Presupuesto, de modo que no será hasta bien entrado el mes de mayo cuando la oposición pueda cuestionar al presidente del Gobierno sobre su responsabilidad como líder del PP en el «caso Gurtel» de financiación ilegal y en las maniobras orquestales en la oscuridad para evitar la acción judicial sobre su tesorero Luis Bárcenas y para poner tierra de por medio con el famoso Correa y sus mariachis de la era de Aznar y del propio Rajoy. Después, a mediados de mayo, el presidente viajará a China con motivo de un aniversario de «la ruta de la seda» que abrió con la espada y a caballo el macedonio Alejandro Magno y recorrió catorce siglos después el mercader veneciano Marco Polo. Los viajes de Rajoy tienen interés económico y comercial. El presidente carga el avión oficial con un nutrido séquito de empresarios y algunos periodistas. La diplomacia económica y el fomento de la «marca España» es parte de su trabajo.

En una ocasión, cuando la corrupción perseguía a Felipe González y también él corría más, realizó un largo viaje a India y China. De su estancia en Nueva Delhi era reseñable la entrevista con el entonces primer ministro y líder del Partido del Congreso, Narasimha Rao, y todo el esfuerzo del responsable de comunicación del presidente y encargado de pastorear a los periodistas, Miguel Gil Peral, era que titularan «Felipe con Rao» para provocar la cacofonía «Felipe quehonrao». Anécdotas aparte, el señor Rao perdió las elecciones en 1997 a causa de la corrupción. Un año antes las perdió González por el mismo motivo (caso Roldán y otros), según manifestó después. Bismarck, el mayor enemigo de los obreros en plena revolución industria (segunda mitad del siglo XIX), permitía a sus ministros aprovecharse del poder. El canciller de hierro decía: «Que roben, pero que no roben mucho». Asumía como inevitable el aserto de lord Acton: «El poder corrompe».

La corrupción en España, en sus variadas formas, desde el fraude al latrocinio de los bienes y recursos públicos, se extiende como una mancha de aceite por toda la geografía y, como bien dice el ministro de Educación y portavoz del Gobierno, «carece de ideología y de carné político». Pero la corrupción organizada ha tenido durante demasiados años, incluidos los peores de la crisis financiera y económica, una terminal (visible e invisible) en el PP. Ayer Murcia, anteayer Baleares y la Comunidad Valenciana, hoy la Comunidad de Madrid a cuenta del Canal de Isabel II o antiguo Canal de Lozoya. ¿Cómo olvidar que esa entidad utilizada impunemente (o eso creía él) por el expresidente Ignacio González y sus parientes y amigos para amasar sus fortunas depositadas a buen recaudo en Suiza, administra una obra pública en cuya construcción murieron noventa y dos obreros en 1910 a causa del derrumbe de los depósitos de agua que construían en Ríos Rosas? Los huérfanos y las viudas de aquellos 92 trabajadores se quedaron desamparados y sólo recibieron la colecta de los supervivientes. Aquella desgracia sobre la que los poderosos mangantes de hogaño amasaban su fortuna con toda clase de ardides y maniobras orquestales en la oscuridad (incluidos encuentros «casuales» con el número dos de Interior y designaciones de fiscales propicios a tapar la corrupción de los gobernantes del PP), dio lugar a la primera gran huelga que se registró en Madrid en el siglo XX.

Si es cierto que «el poder corrompe» no es menos cierto que, como decía Bernard Shaw, los políticos corrompen al poder. Y aunque los gobernantes del PP traten de escamotear su responsabilidad política en el Parlamento y acallar la exigencia de rendición de cuentas rebajando al nivel de «dimes y diretes» la gravedad de los latrocinios mientras pregonan austeridad para los de siempre, no olviden que el poder termina y el recuerdo perdura. Lo dijo Benito Juarez. Desde luego, el recuerdo de Rajoy-1 y Rajoy-2, como gusta referir el portavoz Méndez de Vigo en referencia a la primera y la segunda legislatura del de Pontevedra, no será bueno por más «salida de la crisis» y crecimiento económico basado en la precariedad y los bajos salarios que invoque.

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