‘El corazón entre ortigas’: Baile de muertos

05/05/2017

Luis M. del Amo. Paco de la Zaranda dirige con texto de Calonge un poema visual sobre los desastres de la guerra.

Con dramaturgia de Eusebio Calonge, El corazón entre ortigas ha vuelto a Madrid. En la pequeña sala Tribueñe, y bajo la dirección de Paco de la Zaranda, la obra – un homenaje a la figura de Carlos Morla Lynch, un diplomático chileno que salvó de la muerte a centenares de personas en la guerra española – prevé representarse todos los viernes hasta el 26 de mayo en esta premiada sala que dirige Irina Kouberskaya.

En esencia, la obra debida a Eusebio Calonge, miembro de La Zaranda – la mítica compañía andaluza, Premio Nacional de Teatro – es un poema visual sobre los horrores de la guerra. Renunciando a la trama, el texto embute en cuadros una serie de situaciones propias de la contienda, tales como bombardeos, las furtivas escuchas radiofónicas o la preparación de los muertos en su viaje al más allá.

Lejos de articular cualquier trama, estos cuadros –algunos de indudable belleza– representan esas situaciones, en general independientes unas de otras –o con poca relación argumental– , y entre cuyos intérpretes se ve pulular la figura del diplomático chileno. La negrura, el dramatismo presiden estos cuadros, donde tampoco falta el toque tragicómico.

Ausencia de trama

Dicho esto, a continuación hay que añadir algunas valoraciones personales en torno al montaje. Para mí el mayor problema de la obra se encuentra precisamente en esa ausencia de trama. La negrura de los acontecimientos, el tono dramático imperante, además de aportar poca cosa novedosa – salvo quizás algunas imágenes, como esos ángeles del cielo que caen envueltos en llamas – reducen de tal modo la paleta de colores que se pierde el efecto. De tanto pintar de negro, no se ve nada.

Una monotonía que no hace sino agrandar la mencionada ausencia de trama. Convertidas en poemas visuales, las escenas no aspiran a involucrar sentimentalmente al espectador – mediante la peripecia de sus protagonistas – sino a impresionar su retina, lo que no siempre consiguen.

Por eso se agradece tanto cualquier atisbo de trama. Y de humor. Como en la escena del enfrentamiento entre la cantante y una vecina, donde, además de introducirse el toque tragicómico, el público ríe complacido, por las manías de los personajes sí, pero también por los vericuetos de la trama. Y donde brillan además algunos rasgos que caracterizan el tratamiento escénico de los montajes de la veterana compañía, como son un acusado lirismo, el tono esperpéntico y la presencia diáfana de la máscara, de inspiración goyesca, sin olvidar una creación de personajes de inspiración lorquiana.

Cuadros de singular belleza

No obstante, señalados estos límites en su eficacia, hay que hablar también de sus aciertos. Y celebrar en suma la creación de esos cuadros repletos de personajes, que componen singulares imágenes de gran belleza teatral. Como en la escena del marco vacío, donde una mujer interpela la presencia imposible de su marido muerto. Y donde, a pesar de lo angosto del escenario tribueñiano – que posee sin embargo una apreciable profundidad – el de la Zaranda se las arregla para componer una escena con doce personajes, distribuidos en grupos, desde un fondo dominado por las dos niñas vestidas igual (¿inspiración kubrickiana?), a la mujer sentada, y tras ella, el marido muerto, que sostiene de pie un marco vacío, su rostro perfectamente iluminado por un recorte.

Todo un logro que se repite, esta vez en un macabro baile de muertos, donde brilla la concepción del gesto de aquellos que ya nos dejaron, y cuyos cuerpos unas mujeres preparan para el enterramiento. Otro gran acierto, sin duda, apoyado no solo en la dirección, sino también en diversos hallazgos del texto en torno a los trajes de quienes son enterrados. Aquí sí, en estos dos cuadros, se produce el milagro, y las cosas van más allá de lo que significan, en sendos instantes transfigurados.

En definitiva, una propuesta interesante, que ofrece la posibilidad de contemplar una singular poética sobre el escenario, lastrada a mi entender por un insuficiente trabajo dramatúrgico.

Recomendable.

Todos los VIERNES, hasta el 26 de mayo.

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