De forma inesperada, los socios del euro han optado por un economista del sur de Europa para pilotar la entidad emisora. Draghi tendrá que gestionar la crisis de la deuda soberana, la delicada situación de Grecia, Portugal e Irlanda, y el repunte de la inflación derivado de las tensiones en las materias primas. El aval del sucesor de Trichet es su trayectoria ortodoxa, no exenta de cierto pragmatismo, una combinación que le convierte en el hombre de consenso. Un papel que ningún candidato alemán ha podido jugar.
Tras un trabajo diplomático intenso de Francia e Italia, el Gobierno alemán hizo hace unos días oficial su apoyo a Mario Draghi (Roma, 1947) como futuro presidente del Banco Central Europeo, lo que despeja de manera definitiva el nombramiento del italiano como sucesor de Jean-Claude Trichet a partir del próximo 1 de noviembre. El nombramiento oficial tendría lugar en la cumbre europea del próximo 24 de junio.
Merkel se había resistido hasta ahora al nombramiento de Draghi, aunque sus reticencias no se basaban en la contrastada cualificación profesional del actual gobernador del Banco de Italia y su acreditada ortodoxia, sino en su pasaporte.
La canciller apostaba por un halcón de la casa, temerosa de la reacción de la prensa de su país a la presencia de un italiano en la cúpula del guardián de las políticas antiinflacionistas. La reputación de Draghi y la ausencia de otros candidatos de peso han acabado convenciendo a Berlín de que sería el mejor sustituto de Trichet.
Por si alguien tenía dudas, esta misma semana, el banquero italiano marcaba territorio. Draghi aseguraba rotundo que los países de la eurozona deberán contar, a largo plazo, con nuevas subidas de los tipos de interés por las crecientes presiones en los precios.
Ante un auditorio predispuesto a escuchar este mensaje, un congreso económico organizado en Berlín por la Unión Cristianodemócrata (CDU) de la canciller Angela Merkel, Draghi advirtió que esta medida es necesaria en la zona del euro porque la inflación «puede debilitar la solidaridad del crecimiento económico». Ni el mismísimo Axel Weber, presidente del Bundesbank hasta el pasado 30 de abril, lo hubiera dicho de forma más contundente.
Para remachar el clavo, Draghi añadió que es imperativo que los países miembros de la Eurozona «contengan» el desbocado déficit público que lastra sus finanzas y subrayó que la situación de las entidades bancarias privadas se ha «estabilizado» desde la caída de Lehman-Brothers.
En definitiva, Draghi, al igual que Trichet, es considerado un halcón en política monetaria, aunque su perfil se completa con ciertos rasgos pragmáticos, suficientes para entender que el BCE fija los tipos de interés en un territorio realmente heterogéneo. Uno de esos lugares heterodoxos de la Unión es su propio país, Italia, cuyo nivel de deuda pública es brutal y que por ello se ve sometido a las presiones que los mercados ejercen implacables sobre los países periféricos.
La mano izquierda de este economista aficionado a la cocina y europeísta convencido ha sido decisiva en su nominación. No en vano, la falta de flexibilidad eliminó de la carrera sucesoria al anterior candidato extraoficial al puesto de Trichet: el citado Axel Weber, que se desmarcó en su momento de las medidas excepcionales que el BCE ha debido tomar para respaldar la deuda periférica.
En el currículum de Mario Draghi destaca su etapa al frente del Banco de Italia, en un momento en que la credibilidad de la institución sufría duramente por las actuaciones poco ortodoxas de su predecesor, Antonio Fazio. El sucesor de Trichet logró devolverle a la banca central italiana el crédito perdido. Cuando lo consideró inevitable, no tuvo reparos en enfrentarse a Giulio Tremonti, correoso ministro de economía del gobierno Berlusconi, ni al mismísimo presidente. Fortaleza de carácter a la que tendrá que recurrir en más de una ocasión en su nuevo puesto si no quiere verse mediatizado por gobiernos y especuladores.
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