Ocho meses después de que los barones regionales echaran a Pedro Sanchez Pérez-Castejón de la secretaría general y del Parlamento, los afiliados le han vuelto a poner al frente del partido, si bien ya no podrá recuperar su escaño en el Congreso. El primero en dimitir de su puesto de portavoz ha sido el felón Antonio Hernando, quien viajó a Sevilla a colocarse de alfombra de Susana Díaz para seguir en el cargo. Sánchez no tiene muchos donde elegir, aunque dispone de personas de valía como Margarita Robles, Susana Sumelzo, Odón Elorza… Ya veremos. De momento, 244 días después de la defenestración de Sánchez, la situación del primer partido de la oposición es equilicual al 1 de octubre. Se han cosido (a puñaladas) para volver a empezar.
La primera conclusión de las primarias del domingo es que la democracia sirve para colocar a cada cual en su lugar. La segunda, que los afiliados socialistas tienen reconocidos unos derechos de los que no disfrutan en otras formaciones políticas, especialmente el PP, que se rigen con esquemas caudillistas y medievales. Y la tercera y más interesante indica que el triunfo inapelable de Sánchez no sólo equivale a la derrota de su contrincante Susana Díaz y de los barones que la han apoyado, sino también de los más destacados prebostes del parque jurásico socialista, desde Felipe González a Zapatero, pasando por Guerra y Bono, que apostaron por la andaluza. Se dirá que no mandan, pero influyen.
Con el 50,2% de los votos y más de 74.000 papeletas, Sánchez batió claramente a la presidenta andaluza y candidata Díaz, con el 40% y 60.000 votos. El tercero en liza, Patxi López, consiguió el 9,8% y 14.600 votos. López sólo ha ganado en Euskadi y Díaz únicamente en Andalucía. En el resto del territorio nacional ha triunfado Sánchez, lo que acrecienta su épica y desmiente la fractura territorial que los más conspicuos traumatólogos habían sustanciado en sus sesudos análisis en los grandes medios de comunicación.
De la noche del domingo en Ferraz hay que destacar el mal perder de la «ganadora verbal», quien, en su breve alocución ante los medios informativos, arropada por una decena de cargos públicos de su candidatura, ni siquiera citó el nombre de Pedro Sánchez ni, mucho menos, le prometió lealtad. Se limitó a decir: «Mi enhorabuena al secretario general electo» y repitió dos veces que estará «a disposición del partido». Puesto que el partido ha hablado, se supone que a Díaz no le costaba tanto entender el veredicto.
Por el contrario, Sánchez no tuvo inconveniente en citar por su nombre a la costurera y a su contrincante López (el hombre de Rubalcaba) entre gritos de «unidad» o como se decía en otro tiempo en referencia al pueblo: «El PSOE unido, jamás será vencido». Algunos teoremas no cambian, de ahí que Sánchez, sin mencionar el famoso «divide y vencerás», anunciara su intención de sellar la unidad en el congreso previsto en dos semanas y subrayara que a quien teme el PP de Rajoy es a un PSOE unido y de izquierda, que hará, dijo, «una oposición útil» en un país «hastiado por la corrupción y la precariedad».
Ante esas interpretaciones que reducen a una simple revancha la épica de Sánchez frente a los barones y a una comisión gestora que dilató el proceso para ver si se olvidaban de él, hay que valorar la fibra de una militancia madura y honrada que ha visto demasiadas cosas, desde puertas giratorias hasta canongías y abusos de poder (por no citar la inutilidad de ZP como mediador en Venezuela) entre las élites que respaldaban a Díaz. De los tres elementos que componen un partido, el líder, el programa y los afiliados, el último es el más importante. De ahí los esfuerzos por amordazarlos.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.