‘La cantante calva’: Existencialismo pop

23/05/2017

Luis M. del Amo. El Teatro Español y Pentación reclutan un televisivo elenco para representar la obra de Ionesco.

Con apenas 67 años de vida, La cantante calva se ha convertido ya en un clásico indiscutible del teatro contemporáneo. Desde su estreno, en 1950, son muchas las versiones que han subido a los escenarios, también en nuestro país, procedentes incluso del ámbito del teatro aficionado, que recurre con insistencia a la obra de Ionesco atraído sin duda por su comicidad, que viene envuelta además del prestigio intelectual que adorna su condición de referente del teatro del absurdo.

Así, hoy en día, el principal reto a la hora de poner en escena la obra del autor rumano es hallar el tono adecuado. Un tono que explote su comicidad, sí, pero que no olvide su veta trágica, muy ligada a la concepción de la vida que subyace en los postulados del teatro del absurdo y, por ende, de la filosofía existencialista.

Dicho esto, pasemos ahora a analizar la propuesta que, sobre el texto de Ionesco, ha llegado al Teatro Español de Madrid, donde permanecerá hasta el 11 de junio. Ya desde la elección de su elenco, la obra dirigida por Luis Luque, un joven director curtido en labores de ayudantía con primeras figuras como Narros, arroja pistas de por dónde van los tiros.

Coproducida por Pentación, y con versión de Natalia Menéndez – actriz y dramaturga, y directora a su vez del Festival de Almagro –, el montaje elige a primeras figuras de la televisión actual, como Fernando Tejero y Carmen Ruiz, para encarnar, junto a otra cómica de gran altura, como Adriana Ozores, así como a Joaquín Climent, Javier Pereira y Helena Lanza, los personajes de la función.

Un reparto, en definitiva, que parece más dispuesto a explotar la vena cómica del asunto que a ahondar en su vertiente trágica.

La frialdad del absurdo

Esta deriva hacia lo cómico, y el olvido de su faceta trágica, provoca en mi opinión un desequilibrio fatal en el montaje. En lugar de buscar la risa fácil, hubiera sido más productivo, y sobre todo más acorde a las intenciones que se adivinan en Ionesco, dotar a la obra de otro tono; insisto, en mi opinión.

Y es que, debido a su frialdad, el absurdo es una técnica que requiere, más que corporeizar las motivaciones de los personajes, seguir justamente el camino inverso; esto es, desencarnar sus palabras; barnizar la obra de flema, y cubrir de humor cerebral cada réplica, y distanciarla de lo físico.

No en vano la obra se sitúa en Inglaterra, la educada metrópoli, donde una familia, que se quiere acomodada, es decir, capaz de domeñar sus sentimientos, cena y chapotea en el tedio, bajo la omnipresente influencia de un reloj, símbolo de la civilización.

Y allí, bajo aquel reloj, y por debajo de ese barniz flemático, será donde emerja lo físico, con sus requerimientos, que se cuelan por los intersticios de la tupida malla de la civilización.

Sin esta distancia, y estas prevenciones, la obra se queda en algo un poco tontorrón, de señores que dicen cosas graciosas y sin sentido, y hasta se lanzan pellizcos a las nalgas, mutilando, en suma, el posible vuelo que el texto de Ionesco, icono cultural, conserva aún a los sesenta y siete años de su concepción.

Para incondicionales del elenco.

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