La fabulosa censura

13/06/2017

Luis Díez.

Dos perros se estaban peleando por el mismo hueso; en esas, pasó una oveja, agarró el hueso y lo tiró al río. «¿Por qué has hecho eso?», le preguntaron los perros. «Es que soy vegetariana», contestó ella. Sirva la fábula para reflejar el resultado de la riña de canes de la moción de censura. De antemano se sabía que el alimento que para sí quería Pablo Manuel Iglesias Turrión (UP) en su pelea contra Mariano Rajoy Brey (PP) iba a acabar en el río. Su moción de censura contra el jefe del Gobierno, elegido hace siete meses, a nadie iba a aprovechar.

El pollo, en la terminología de Rajoy, comenzó después del aplauso de sus señorías a la última víctima de la violencia de género. Eran las nueve de la mañana. «Parece que han matado a otra mujer, somos una menos», anunció la portavoz de UP, Irene Montero. Acto seguido inició el discurso sobre las razones de la moción de censura. Estuvo dos horas leyendo una especie de Wikipedia de la corrupción del PP. Repartió leña a Rajoy, a la plana mayor del partido, uno a uno, a varios ministros sentados en el banco azul y al marido de Cospedal, Ignacio López del Hierro.

Los del Gobierno ponían caras, hacían gestos, exhibían sonrisas irónicas, se ponían y se quitaban las gafas. Rajoy evitaba gesticular. Los reproches y acusaciones por los casos de corrupción del pasado y del presente eran de aúpa. La oradora remataba cada pasaje con la expresión: «¡Qué vergüenza!» Su resumen fue: «España está harta de que ustedes le roben». Y la conclusión no pudo ser otra que la apelación a las demás fuerzas políticas para desalojar al PP del poder, un «ppexit» para el que Iglesias y su compañera y portavoz sólo contaban con el apoyo de Bildu y ERC.

Le replicó Rajoy con cierta sorna sobre los improperios y «vituperios» y apeló a don Francisco de Quevedo para indicar que «el exceso es el veneno de la razón». Las citas de Quevedo resultaron socorridas para el candidato Iglesias, quien largó un monologo de dos horas sobre lo que hay que hacer en España y lo fácil que sería evitar la corrupción si este país no siguiera cautivo de las renovadas sagas extractivas, la casta de patriotas que entiende y manda en España como si fuera su cortijo.

El discurso histórico de Iglesias fue, sin duda, el mejor y más instructivo que se ha escuchado en el Congreso de los Diputados en los últimos años. Su lectura del regeneracionista Joaquín Costa frente a la corrupción borbónica (con sus condes y marqueses) parecía inspirada por sus amigos y mentores Julio Anguita y Manuel Monereo. El paralelismo entre los especuladores y ladrones de antaño (el marqués de Salamanca y otros), con Francisco Cánovas y sus ministros en el Gobierno de turno, y los de hogaño, con Aznar y Rajoy en el Ejecutivo, fue tan medido y antológico que el de Pontevedra no se atrevió a desmentirlo. O dicho de otro modo: sus asesores no lo habían incluido en el discurso de réplica que llevaba preparado.

El candidato Iglesias también repartió etiquetas a los gobernantes tras el fin de la dictadura. Suárez fue el presidente de la transición, Felipe González de la modernización, Aznar de la guerra, Zapatero de los avances cívicos y la crisis y «usted, pasará a la historia como el presidente de la corrupción», le espetó a Rajoy. Por lo demás expuso un programa de medidas realizables, como en Portugal. Y llamó al PSOE en su apoyo, sin dejar por eso de atacar a la presidenta andaluza Susana Díaz.

La plurinacionalidad de España y el apoyo de Iglesias al referendo catalán fueron los elementos a los que se aferró Rajoy para descalificarle como candidato. «No aprueba ni de lejos, usted no sabe lo que es la soberanía nacional», subrayó el presidente. Por si fuera poco, halló en la verborrea de Iglesias una frase calcada de la ultraderechista francesa Marina Lepen. Rajoy insistió en que Iglesias es un peligro para España y su populismo no se diferencia del que ha conducido a la ruina y el enfrentamiento civil a Venezuela.

En esta materia incidieron otros portavoces como Ana María Oramás, de Coalición Canaria, y Albert Rivera, de C’s. Iglesias respondió en bloque a los portavoces del grupo mixto y se esmeró en atraer el voto del PNV y de los catalanes del PDCat (antigua convergencia), de los que sólo obtuvo el compromiso de la abstención. Esa será también la postura de los socialistas en la votación de este jueves. Después de todo no hay que olvidar que el propio Iglesias votó «no» al candidato socialista Pedro Sánchez en marzo de 2016. Entonces Sánchez había abrochado un acuerdo con Rivera que le habría permitido gobernar si Iglesias se hubiera abstenido en la segunda votación, pero ya es sabido que aceptó el juego de Rajoy y forzó nuevas elecciones generales.

El episodio parlamentario de la censura, con la pelea canina de la fábula del comienzo de estas líneas, volvió a dejar de relieve el cinismo político. Y ya se sabe que «cínico» viene de can, canelo o perruno, que orina en público sin sentir vergüenza. En eso no hay diferencia entre los dirigentes maduros y los que, como Iglesias, dicen representar el futuro.

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