Piruetas Sánchez: la primera, Canadá

23/06/2017

Luis Díez.

¿Qué sectores de la economía productiva española se verán perjudicados por el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá (CETA) para que los socialistas españoles prefieran abstenerse en la votación del Congreso a aceptar el acuerdo? Los que lo saben no lo explican y los que lo explican no lo saben. Si se tratara de proteger a la agricultura española de la competencia canadiense habría que fijarse en los cereales, la principal producción canadiense, pero no parece que el trigo y las gramíneas de Saskatchewan vayan a hundir los precios del grano de Castilla. ¿Y el viñedo? Tampoco. ¿Y el olivar? Mucho menos. ¿Y la producción de frutas y hortalizas? Ya me dirán.

Antes, al contrario, el desarme arancelario permitirá la apertura de un nuevo y gran mercado para los productos mediterráneos. Será una oportunidad de ensañar a los canadienses a comer más variado y mejor. En la ganadería es cierto que la carne canadiense puede afectar al mercado español, pero los expertos consultados sostienen que el impacto se compensará con la exportación de productos lácteos elaborados. Albricias para los quesos de la montaña. También para los embutidos elaborados.

¿Necesita la industria española la protección del economista Pedro Sánchez, líder del PSOE, y del politólogo y comunicólogo Pablo Manuel Iglesias, líder de Unidos Podemos, para mantener su cuota de mercado frente a la competencia canadiense? ¿Qué industria? ¿La textil, el calzado, la automoción, la robótica, la electrónica, las telecomunicaciones, la química, la farmacéutica, la máquina herramienta, la construcción naval, la del armamento y eso que llaman defensa? ¿Se verá afectada la producción de energía renovable por la competencia canadiense? ¿Y los minisatélites?

Es tan cierto como el que saca un ojo y queda tuerto que Canadá es una potencia exportadora (441.000 millones de dólares estadounidenses hace dos años por 411.000 en importaciones), pero su principal producción es gas y petróleo (el 10% de su PIB) y, por otra parte, si sirve madera a mejor precio a los fabricantes españoles de muebles, tanto mejor. Y si el salmón salvaje nos llega más barato, bueno será para los consumidores europeos y por ende españoles. Competimos en pesca y en industria alimentaria, pero tampoco parece que el CETA vaya a noquear a nuestra industria.

¿Perjudica el CETA al turismo, una de nuestras fuentes de ingresos exteriores? ¿Daña los derechos sociales de los trabajadores españoles, de suyo jibarizados por la derecha dizque por mandato de Bruselas y la señora Merkel? No parece que un estado social y democrático de derecho como el canadiense amenace a un estado de derechas como el nuestro.  Con un ejército de reserva permanente de tres millones y medio de trabajadores en paro y unos salarios al nivel de finales de los años ochenta del siglo pasado, los sueldos de los trabajadores españoles no están amenazados por los canadienses. Al parecer, los cráneos privilegiados que dirigen el PSOE no se han enterado de que no competimos con Canadá, sino con China en materia social. Que se lo explique Toni Ferrer. Y de paso les ponga al día sobre los contratos basura y la ruina del sistema público de pensiones, más o menos, como en Canadá.

Conviene recordar que el 35% de una economía abierta como la española depende del sector exterior. La supresión del 98% de los aranceles sobre los productos que exportamos a Canadá supone un ahorro de 2.300 millones de euros anuales. Y eso es malísimo porque reduce el precio y facilita la competitividad sin bajar los sueldos a los trabajadores, que es el mecanismo más socorrido de la patronal española para mantener la cuota de mercado. Seguro que esto lo entienden incluso los que se proclaman defensores de la clase obrera y laboral sin necesidad de que se lo explique el sindicalista Ferrer.

Sin apelar a las simplificaciones y falsos dilemas, tan socorridos para el jefe del gobierno español y del partido de derechas con más dirigentes corruptos por metro cuadrado, quienes pensaban (y piensan) que los acuerdos de libre comercio con Canadá, México, Japón y Mercosur eran (y son) la mejor respuesta de la UE al falso liberalismo, egoísta y reaccionario, de Reino Unido con su Brexit y al populismo neoimperialista del necio Trump, para la mejora de la vida y los derechos humanos básicos de millones de humanes en este planeta, resulta que también estaban (están) equivocados. ¿Va a rechazar el PSOE de Sánchez el acuerdo UE-México? ¿Y UE-Japón? ¿Y UE-Mercosur?

La única explicación de los dirigentes del PSOE para no apoyar el CETA la ha dado su nueva portavoz parlamentaria, Margarita Robles, quien sostiene que «hay aspectos jurídicos que generan muchas dudas, como, por ejemplo, los tribunales arbitrales que se establecen en ese tratado». Es lógico que para dirimir las diferencias haya tribunales. Y lógico y natural que sean imparciales. ¿Será que la UE y Canadá han acordado que no sean neutrales? Robles, una mujer de derecho (ha sido magistrada del Tribunal Supremo), echa en falta un dictamen del Consejo del Poder Judicial al respecto. Luego ya, Sánchez ha invocado los derechos medioambientales, como si la principal amenaza a la biodiversidad ibérica fuera el CETA y no el fraking, los incendios, la sequía y la especulación urbanística.

Ya es sabido que el comercio internacional está plagado de trampas y chalaneos. No es extraño, por ejemplo, encontrar suizos en Granada, Ourense, Cantabria, Girona…, intentando convencer a envasadores de agua de que le permitan trampear su marca para vender h2o alpino con marca española. Suiza no está en la UE pero siempre hay un suizo que quiere vender líquido elemento en los países de la Unión sin pagar tasas de aduana. Y todos los años, los servicios de inspección comunitaria capturan a algún cantonal tramposo y se incautan del material. No sería extraño que los sagaces mercaderes estadounidenses utilizasen el CETA como caballo de Troya para meter su mercancía en el mercado europeo sin pagar aranceles.

Naturalmente, eso sería muy injusto. El mercado europeo generaría actividad y beneficios en Estados Unidos, mientras que la producción europea no puede llegar al mercado estadounidense sin obtener permiso y pagar aranceles, lo que indefectiblemente les convierte en caros y escasos. Canadá se convertiría así, gracias a su acuerdo de libre comercio con el vecino del sur, en una cotizada plaza de lo Adam Smith llamó con cierto desprecio «comercio de tránsito». Y lo mismo podríamos decir de los mercaderes europeos que quisieran burlar el proteccionismo trumpiano. De ahí que para prevenir y perseguir las trampas con el disfraz de la hoja de arce sean necesarios medios de control y esos tribunales de arbitraje que Robles no ve claros.

En fin, si la pirueta del líder del PSOE respecto al CETA es la primera pedrada contra los que, como Indalecio Prieto en su momento, todavía se proclaman socialistas a fuer de liberales, para que rompan amarras con los «caballeristas» de hogaño, que esos sí que son de izquierdas, se entiende el rechazo al acuerdo. En este caso, el tratado UE-Canadá sólo sería para Sánchez un instrumento de verificación, un medio para saber quién asume la disciplina de voto en el pleno del Congreso de la próxima semana y quién se atreve a desobedecer a la nueva dirección. Pero ni Canadá ni los españoles ni los socios europeos merecen ser pirueteados.

 

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