40 años sin dictadura, o la ausencia de las víctimas

29/06/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

La principal ausencia en la celebración de los 40 años desde las primeras elecciones democráticas en España tras el régimen de Franco no ha sido el rey Juan Carlos, sino las víctimas de la dictadura. Está muy bien que el rey Felipe VI haya nombrado esa palabra, dictadura, para referirse a la dictadura, que es algo así como celebrar que diga fútbol para referirse al fútbol o poesía metafísica para aludir a la poesía metafísica, es decir: una obviedad. Pero en este país, frente a sus amnesias orquestadas, hasta las obviedades hay que celebrarlas. El discurso de Felipe VI puede diseccionarse tan bien como ha hecho Andrés Gil en eldiario.es, en un artículo titulado Lo que ha dicho y lo que no ha dicho el rey en su discurso sobre la dictadura y los 40 años de la España de la Transición, que recomiendo por su brillante estructura y también por su agudeza verbal, dos cualidades de las que no andamos sobrados cuando se trata de analizar la realidad de las palabras que nos cercan. Léase con lupa. Pero no hace falta una lupa, ni tampoco un microscopio, para entender que no sólo en el discurso del monarca, sino en toda la atmósfera y la manera en que se ha montado este rito de conmemoración, con algunas equidistancias o ecos con aquella comparecencia de su padre –“La democracia ha comenzado”- hace 40 años, las víctimas de la represión franquista han brillado por su ausencia. Y no me refiero, que también podría, a las víctimas de la guerra civil, sino a la gente que estuvo jugándose el tipo y el gesto, el trabajo y la vida, hasta unos meses antes de que se celebraran las elecciones del 28-J.

Se ha hablado de la dictadura como si fuera eso, un ente abstracto, sin nombres ni rostros. Pero claro que hay rostros y nombres: como el de Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación durante los sucesos –los asesinatos, más bien- de Vitoria, que se ha encontrado de frente, y por casualidad, a la salida del Congreso, con José Luis Martínez ocio y Eva Barroso, que se le ha espetado: “¿Te acuerdas de Vitoria? ¿No vas a reconocer que estuvo mal asesinar a cinco obreros? ¿No vas a pedir perdón?”. Barroso y Martínez Ocio son, respectivamente, hermana y hermano de dos de los cinco trabajadores que fueron acribillados el 3 de marzo de 1976, tras haberse reunido en una
asamblea pacífica. Tiene razón Unidos-Podemos: el Congreso no puede condecorar al
responsable político de esos asesinatos, que además condecoró a su vez a Antonio
González Pacheco, el famoso torturador de los sótanos de la Dirección General de
Seguridad. Así que el choque con la realidad de las palabras y su carga de dolor y
metralla, no se dio dentro del Congreso, sino fuera, en la calle y la vida, con dos hermanos con sus dos muertos a cuestas, frente al hombre responsable de aquella orden.

Hay tantos. Carlos González, aquel muchacho poeta. El estudiante Arturo Ruiz, asesinado en una manifestación pro Amnistía. Mari Luz Nájera. Los abogados de Atocha. La jovencísima Yolanda González. Cientos más. Por eso no me ha gustado la imagen del Congreso, demasiado pagada de sí misma. Claro que los políticos han hecho un trabajo y justo es reconocerlo, con sus luces y sombras. Y soy de los que respeta los méritos del rey emérito, aunque también comprendo que el hijo ha querido apropiarse del momento, porque él no tiene hitos que reivindicar. Pero celebrar estos 40 años sin recordar a quienes sufrieron, quienes lo dieron todo, para que hayamos llegado hasta hoy, no es solamente un error, sino una vergüenza y una injusticia colectiva con respecto al pasado, que explica muchas de las grietas y las sombras de nuestro presente.

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