El líder más ridículo

03/07/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Se pregunta John Carlin si ha habido alguna vez un líder más ridículo que Trump. La pregunta, que es muy buena, podría completarse: ¿ha habido alguna vez un líder más ridículo y malvado que Trump? Porque si nos quedamos en la mofa, si nos quedamos en su protagonismo en una ópera bufa de ostentoso oropel de cartón piedra, tías siliconadas y sucesión encadenada de estulticia encantada de haberse conocido y escucharse, estaremos obviando su maldad. Hasta llegar a Trump, siempre he estado en una posición equidistante ante la famosa pregunta: ¿qué es más peligroso, un malo o un tonto? Mucha gente respondería que el malo es más nocivo y más amenazante, aunque la vida me ha enseñado a temer a los tontos con responsabilidad. Donald Trump encarna una extraña perfección: el tonto malo o, siguiendo con la terminología de John Carlin, el malvado ridículo. Quizá todos los malvados lo son: cuando pienso en la megalomanía de Hitler, cuando pienso en Franco, cuando pienso en Mussolini, cuando pienso en esos imanes extremistas, incendiarios desde sus torres de aire, incitando a un odio medieval, lo primero que me viene la retina es la parafernalia grotesca, el onanismo público, esa satisfacción del enanito que se sube a un atril para encontrarse grande, alto y guapo, para escupir pagado de sí mismo, para reivindicarse ante el rebaño que cree liderar, y sentirse admirado, incluso querido, y superar sus traumas a base de megalomanía. Pero no: toda esta gente, por más que nos provoque una chanza instantánea y sea ridícula, ha acabado siendo terrible para sus coetáneos, para sus tiempos y para todos los tiempos.

Claro que ha habido gente más ridícula que Trump. Franco, por tirar para casa, entrando bajo palio en nuestras catedrales, como una efigie recia que encabeza su propio santoral. ¿Y Stalin, no ha sido ridículo, con esa manía persecutoria en las fotografías, quitando a sus asesinados de todos los retratos? ¿No es eso infantil? ¿No era infantil Hitler, que se creía llamado para una divinidad aria, y era un pobre pintor fracasado, sin brillo, uno de los seres más mediocres de la tierra? Pero como siempre, lo importante no es únicamente la mediocridad del líder, su ridiculez o su maldad, sino el contexto en que se desarrolla. Digo esto porque ya es mala suerte que en el período de mayor ebullición del fanatismo islámico, en vez de tener en EE.UU. un fuerte hombre de Estado, un líder con conciencia del tiempo en el que vive, tengamos a un majadero que está deseando que arda Troya para enviar al incendio a todos sus caballos de madera, y con nosotros dentro. El problema no es que Trump sea o no ridículo, que sea malo o no –sus políticas son el odio y la discriminación; o sea, un casi nazi- sino el mundo en el que Trump va pegando trompadas, con nosotros en medio, mientras el humo cubre las ciudades en las que arden los libros, los derechos y todas nuestras tristes libertades.

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