Si en la vida tener las cosas claras no es poco bagaje, en política lo es casi todo. Con ese axioma bien aprendido ha llegado UPyD a las instituciones madrileñas de tal modo que, en apenas unas horas, ha pasado de renunciar a sus cinco coches oficiales en el Ayuntamiento a pedir un par de ellos por si acaso algún día les da por visitar a algún barrio de Madrid y hacer alguna foto de recuerdo. No contentos con ello, poco después se decidió que, ya puestos a pujar, mejor tres o cuatro para toda la corporación. No se sabe si la última alternativa que se baraja es fletar un microbús magenta que cubra la línea Concejal’s Tour o, por el contrario, dada esa austeridad tan ejemplarizante de su líder espiritual Rosa Díez, al final optarán por ir en peregrinación a los Plenos ya que oyeron a alguien del PP clamar que el Metrobús no existe.

Digo lo de Díez porque, como se sabe, renunció en su momento a su sueldazo como parlamentaria europea para fijarse el salario mínimo interprofesional y, además, ahorró lo suficiente para donar fondos a esa causa saharahuí que nunca atendió en el hemiciclo comunitario pero que le obligó a salir con lo puesto para fotografiarse, sin rubor aparente, con los familiares de Aminatu Haidar. Todo lo suficientemente edificante como para que ahora imparta, de manera profusa y gratuita, magisterio sobre la ética y la política. Claro que no hay bochorno pretérito que no se solape con desparpajo y titulares. Y por eso no va a quedar que algún BOE camuflado de periódico ya tiene para ello.

Otro cantar es hacer política a pie de calle más allá de que se haga en idioma castellano, más o menos florido, y dentro de España, España, España que, al menos en la capital, parece que así es pues nuestros anhelos de independencia se acaban en la plaza del mismo nombre. No sería de extrañar, con estos postulados tan patrióticos que, de aceptar asesores en su grupo municipal, uno de ellos sea Manolo el del Bombo. Gracias a este enjundioso cuerpo ideológico la propuesta elegida para irrumpir, que primero fue contundente y luego francamente indefinida, es que el problema que asola a la capital desde los tiempos de don Hilarión es que sobran coches oficiales.

Que no dice uno que no, pero tampoco está dispuesto a quedarse mirando la hoja mientras se quema el bosque. Si hay demasiados vehículos quítense los que sobren, pero mientras los reconvierten a chatarra o los donan para coches de choque, no estaría de más que nos dijeran si tienen pensado algo para mejorar Madrid y no sólo para mejorar los gemelos de los ediles a fuerza de hacerles andar más que, dicho sea de paso, a algunos falta les hará.