Hace falta estar ciego

05/07/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Hace falta estar ciego, hace falta estar loco, hace falta ser un total miserable con la mirada estrecha, enlodada de plomo, para no apoyar un homenaje a Miguel Ángel Blanco. No se puede entender, aunque lo entienda, que algunos grupos municipales no hayan apoyado en sus ayuntamientos diversos homenajes al concejal del PP asesinado por ETA hace ahora veinte años. Aunque la reacción de Abel Caballero, presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, rechazando esos comportamientos con rotundidad en una rueda de prensa en la sede del PSOE ha sido inequívoca, queda un rastro rumiante de estas actitudes dentro del partido, en connivencia con otros concejales de IU y Podemos, en Bilbao y en algunos ayuntamientos de la provincia de Cádiz. Para Caballero, es algo “absolutamente rechazable y detestable”. No se puede expresar mejor. Absolutamente rechazable y detestable. Sí, muy detestable. Se pregunta: “¿Cómo es posible que alguien ahora se niegue a honrar su memoria?”. Pues sí, es posible. Afortunadamente para el PSOE, su secretario de Política Institucional, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, ha afirmado estar “seguro” de que el PSOE “está en una posición clarísima de tener en la memoria a Miguel Ángel Blanco”, porque “la sociedad española en su conjunto entendió que eso fue el principio del fin de ETA. Hoy seguimos rememorando, añorando y en todos los homenajes que tengamos que hacer los socialistas, deberíamos estar a favor”. Como ha contado El Mundo, tanto en Bilbao, como en también en Cádiz, Jerez o San Fernando, PSOE, Podemos e IU se han desvinculado de apoyar que el concejal del Partido Popular sea homenajeado con una placa, o dando nombre a una calle, una plaza o cualquier tipo de instalación municipal.

Uno de los argumentos que se han utilizado, quizá el único, es que el PP sólo pone énfasis en reivindicar a sus muertos. Vamos a analizar esto despacito. Suponiendo que fuera así, en todo caso eso sería un error estratégico de los populares, porque los muertos por terrorismo vasco en España son muertos de todos, no solamente de un partido u otro. ¿O no es un muerto por la democracia Francisco Tomás y Valiente, como lo es también Ernest Lluch? ¿No lo fue también Gregorio Ordóñez? ¿No lo fue José Luis López Lacalle, no lo fue también Miguel Ángel Blanco? Sería un error, insisto; pero en todo caso, cada formación tiene derecho a reivindicar a sus caídos, a velar a sus muertos. Suponiendo que fuera así, ¿qué tiene eso que ver con adherirse al recuerdo emocionado a Blanco, mártir involuntario, el más significativo de nuestra democracia por la manera terrible en que fue secuestrado, retenido después y finalmente ejecutado?

No voy a recordar aquí lo que significó aquello, el famoso Espíritu de Ermua, no voy a hablar de cómo se llenaron las ciudades de velas decididas y por primera vez, en el País Vasco, la gente ocupó la calle contra ETA. Suponiendo que la argumentación expuesta arriba sea real, la respuesta debería haber sido: por supuesto que nos sumamos al homenaje, sea el que sea, a Miguel Ángel Blanco, que fue asesinado por ejercer su derecho político en un estado de terror. Y después, o al mismo tiempo, reivindicamos también el recuerdo encendido de nuestros propios muertos. Eso se habría hecho en otra situación, con otras actitudes. Pero como vivimos en el reino de la ceguera, de la locura y la miseria moral, y la política se entiende no como una lucha jurídica y social por la vida de todos, sino como un tablero de tácticas infantiles con mezquindad pequeña, estos cuatro listos acaban de retratarse.

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