Maduro consuma su dictadura

04/08/2017

Maite Vázquez del Río.

Ni las advertencias, ni contar con la mayoría de la comunidad internacional en contra han hecho cambiar a Nicolás Maduro de opinión. Como cualquier otro dictador se ha erigido en el hombre que salvará la patria, aunque para ello se haya olvidado de la democracia, haya castigado a sus ciudadanos a pasar hambre (han perdido nueve kilos en los últimos tres años por falta de alimentos) y continúe matando a algunos de los que protestan en su contra, y ya suma más de 100 venezolanos muertos.

El pasado domingo daba su particular golpe de Estado en unas elecciones que hasta la empresa encargada de realizar el escrutinio ha asegurado que hubo fraude. Y este viernes ha continuado con su periplo de dictador ocupando con los diputados fraudulentos los escaños de la Asamblea Nacional.

Ha hecho oidos sordos a todos, incluido el Papa, quien antes de que se celebrara la Asamblea Constituyente de Venezuela pedía a los chavistas que suspendieran la toma de posesión. Mientras, los venezolanos seguían protestando en las calles del país.

Maduro ordenó a su Guardia Nacional Bolivariana que tomara el control del Parlamento, la institución donde se encontraban los diputados electos democráticamente y que, casualmente, es de mayoría opositora.

El nuevo dictador ha mostrado un gesto de misericordia con el opositor Antonio Ledezma al devolverlo al arresto domiciliario. Leopoldo López, el otro de los más significados opositores no ha corrido igual suerte, y sigue en prisión.

Ni que decir tiene que ninguna dictadura es buena, ya sea de derechas o de izquierdas. Cuando los ciudadanos pierden su libertad, lo pierden todo. Ya conocemos de sobra lo que sucede. Maduro se considera sucesor y defensor del chavismo, desde el momento mismo que en una de sus primeras apariciones aseguró haber visto al fallecido Hugo Chávez, padre de la Revolución Bolivariana, en un pajarillo que le cantaba para que siguiera adelante con su lucha. Ese fue su inicio de iluminado.

Lo demás, no aceptar lo que las urnas le pedían; no escuchar a su pueblo; encarcelar a los líderes opositores para evitar cualquier intento de arrebatarle el poder; realizar unas elecciones para eliminar a los diputados elegidos democráticamente y poner en su lugar a sus seguidores y, por último tomar la Asamblea Nacional. Lo siguiente será cambiar la constitución para que le otorguen todos los poderes.

Quiere emular a históricos dictadores como Fidel Castro, aunque no le llega ni a la suela del zapato. Se escuda en su pose antiimperialista, aunque dos de sus hijos se hayan pasado 18 días en el Hotel Ritz de Madrid, gastándose más de 40.000 euros, el sueldo de casi 2.000 venezolanos.

El dictador se olvida que sus ciudadanos están pasando hambre. No hay alimentos, no tienen medicamentos. No hay nada. Su salario mínimo era similar al de Cuba o Haité, hasta que a principios de julio Maduro decidió -por pura vergüenza- y por tercera vez este año elevarlo un 50%: 97.531 bolívares de sueldo mínimo, que equivalen a unos 37 dólares al mes. También aumentó el bono de alimentación que complementa al salario hasta los 153.000 bolívares, unos 58 dólares.

Así, el llamado ‘ingreso mínimo integral’ subía hasta los 250.531 bolívares. Curioso para uno de los países más ricos de latinoamérica, cuyos ciudadanos se ven obligados a pagar por un kilo de arroz unos 11.000 bolívares, por un litro de aceite 20.000 bolívares y por un tubo de pasta de dientes unos 11.500 bolívares. Sólo esos tres productos se llevan una cuarta parte del salario mínimo.

A esta situación económica, con la inflación desbocada que alcanzará el 720% a final de año y que para el año que viene se estima que alcance el 2.065%, han llegado con una semidemocracia. ¿Qué hara Maduro como dictador para cambiar la situación si en el exterior casi nadie le renoce ni le quiere?

Una nueva dictadura. Mala notica.

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