‘Ensayo’, Teatro de no ficción

18/09/2017

Luis M. del Amo. El público en pie ovaciona los ramalazos de intensidad de la obra del francés Pascal Rambert en el Kamikaze.

Decía Robert McKee – en su excelente libro El guión – que las películas pueden calificarse, en función de su interés por tejer una historia, en arquitramas, minitramas y antitramas, siendo las primeras de ellas, aquellas que siguen un modelo ‘clásico’; mientras que el resto aleja su foco de de atención de esta pretensión.

En el teatro también podemos aplicar esta útil generalización, siendo así que Ensayo, la obra de Pascal Rambert, el aclamado director y dramaturgo francés, autor también de la exitosa La clausura del amor, presentada en el Teatro Pavón Kamikaze con anterioridad, puede clasificarse sin duda en esta categoría. Y es que, aunque hay evidentemente algunos signos de ficción, la obra remite a este género no interesado en hacer avanzar una historia, sino en activar otros resortes, cuyos efectos, en fin, son muy distintos de los que promueve el teatro llamémosle ‘convencional’.

Así, la estructura de Ensayo se vale de cuatro personajes, aunque bien pudiera ser uno solo, cabe decir. Pues no hay intercambio dialéctico entre sus protagonistas, sino que cada uno interpreta un monólogo, mientras los demás esperan pacientemente su turno. También se utilizan otros mecanismos propios de este teatro que llamaremos, a falta de mejor nombre, alternativo; como la interpelación directa al público, y, en suma, la exposición de asuntos y reflexiones varios, sin una conexión, más que temática, con la trama, o con una conexión muy débil.

Fútbol sobre hielo

Vaya por delante que este teatro alternativo no se encuentra entre mis favoritos. Y no lo es, en resumen, porque no creo que un escenario sea un espacio de recepción idóneo para este tipo de discurso. Por interesantes que sean sus contenidos, que se desarrollan mejor, creo, en otro tipo de espacio, como la tribuna periodística, el ensayo, la tertulia, o hasta el púlpito…

Y es que suelo encontrar, en definitiva, en estos otros ámbito, mil veces mejor tratados los temas que suelen acompañar al teatro alternativo, y que no faltan en este Ensayo de Rambert; a saber, qué mal está todo, cómo hemos cambiado, adónde fueron a parar nuestros sueños, el arte y su eficacia…

Esto obviamente no significa que el teatro deba evitar cualquier crítica, sea esta política o social. De ningún modo. Tan solo que, como espacio de producción de sentido, considero que su mayor efectividad se encuentra ligada a esa posibilidad de contar historias, que comparte con otros medios, como la novela, el cine, o la televisión. Esa es al menos, la cualidad que yo prefiero.

Sobre el hielo también se puede jugar al fútbol, pero yo prefiero patinar. Y, así, el escenario, que acoge con enigmática potencia las vicisitudes de los personajes a través de una historia, se vuelve hostil cuando el discurso que en él se desarrolla obedece a otra categoría.

Y esta violencia a mí he de decir que me despierta, no solo recelo, sino sonrojo, en muchas ocasiones, cuando veo a actores, normalmente muy cabreados, lanzar diatribas, pontificar, y no raramente reñir al público, bien sea por su mansedumbre, por su escasa capacidad de amar, etcétera, etcétera, etcétera, armados en sus reflexiones  de discursos, en general de corto alcance y poco vuelo, y que pueden encontrarse, ya digo, mil veces mejor expresados -y más eficaces por tanto- en otros medios, como la prensa, la radio, un buen libro, o la televisión (bueno, ahí no).

Nada que objetar, hay que insistir, si estas ‘críticas’ se esconden, con arte, dentro de una buena historia. Pero me resultan cargantes, violentas, y sobretodo absolutamente ineficaces, cuando se introducen en discursos cuyo anclaje al territorio de la ficción se aproxima a un grado cero, como es el caso.

Puestos a elegir, finalizando este comentario sobre el teatro alternativo, prefiero el estilo gamberro de un Rodrigo García, cuando se dedicaba a hacer saltar en pedazos pollos sobre un escenario, que la solemnidad con pretensiones de regañina moral.

Algunas virtudes

En cuanto a la calidad de la escritura de Ensayo, la obra que nos ocupa, hay que decir que, de sus cuatro monólogos, el mejor sin duda me parece el tercero. No en vano este monólogo corresponde al personaje del Escritor, y en él, aparecen, no solo algunas ideas interesantes sobre una actividad que Rambert conoce bien – su oficio –, sino también algunos elementos que, si bien primariamente, remiten al territorio de la ficción; lo cual acrecienta mi interés, reitero. De los demás, tan solo destacar lo inarticulados que resultan los monólogos de sus personajes femeninos, ignoro porqué.

Finalmente, tampoco tiene mucho sentido hablar de la calidad de sus intérpretes. Se muestran adecuadamente cabreados, cabría decir, o abiertamente doloridos – las más de las veces –, pero, dada la ausencia de coordenadas, carecemos de un mapa que permita al espectador orientarse en su peripecia.

Dicho todo esto, sería injusto, sin embargo, no referir algunas virtudes de la obra. Como la rara familiaridad que consigue con el público. O la irrupción de algunos momentos, como cuando cesa toda actividad y sus protagonistas escuchan una canción, que vienen marcados por una extraña quietud, una calidad la de estos instantes que bien es verdad posiblemente no podría alcanzarse por otros medios, al con esta intensidad. Aunque a un alto precio, hay que insistir.

En suma, una representación de calidad de un espectáculo que rehúsa a activar los mecanismos de la ficción, y que, quizás por ello, logra algunos momentos de especial intensidad, aunque no ofrezca las satisfacciones que en general van ligadas a la ficción. Y que el público, hay que añadir, aplaudió, puesto en pie, y con algunos gritos de bravo, al término de la representación del pasado sábado en el Teatro Kamikaze de Madrid, donde la obra permanecerá hasta el 8 de octubre.

Para incondicionales del teatro alternativo y exploradores varios.

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