Las fracturas que nos encontraremos a partir del 2 de octubre

21/09/2017

Maite Vázquez del Río.

Avanzamos hacia el caos si nadie lo impide. Estos días asistimos en imágenes, inmediatez y declaraciones a lo que nuestros antepasados vivieron sin la logística tecnológica actual. Cuando estudié la historia de España, sobre todo, la de la segunda república, antes de la Guerra Civil, leí con atención todo el espíritu independentista que invadió España. Desde pueblos en Andalucía hasta llegar a Cataluña. Eran otros tiempos y otros errores de los que parece ser que no hemos aprendido nada de nada, res de res.

Ya no es tiempo de buscar culpables ni de investigar dónde estuvo el origen de todo este germen. El 15-M mostró una senda a la que nadie supo dar respuesta. Tal vez en aquellas acampadas hubo tranquilidad y sólo ganas de mostrar un malestar e indignación. Pero nadie, ningún político, supo ver su alcance seis años después. Algunos de aquellos indignados se sientan hoy democráticamente en los escaños del Parlamento nacional, de los Parlamentos regionales o de los ayuntamientos. Se escuchan sus reivindicaciones y algunas de ellas prosperan. El juego de la democracia es ése, los votos en los hemiciclos son los que mandan, igual que en los días de las elecciones son las urnas.

No es el todo o la nada. Las urnas muestran que en España no hay una sola ideología, aunque puede haber en algunas ocasiones un solo sentimiento, o si no ¿qué es lo que surge cuando juega la selección de futbol la final de un mundial que se llenan los balcones de banderas españolas? Se es español o no se es, aunque se sea también catalán, gallego, vasco, andaluz… o hasta madrileño, una región que reivindico porque en ella nací y en ella vivo y a la que muchos mencionan con desprecio, como si tuviéramos la culpa de que aquí se encuentra ubicado todo el aparato del Estado. Ojalá se descentralizara y se repartieran los instrumentos judiciales por comunidades, y que en cada autonomía estuviera ubicado un ministerio del Gobierno central y hasta que La Moncloa fuera por años cambiando de sede, o que como en Brasil se creara una Brasilia en terreno neutral.

Pues bien, como decía al principio. Lo que estudié en los libros de historia ahora se está reproduciendo. Con los años he visto golpes de Estado en otros países y lo que está ocurriendo en Cataluña tal vez sea un pausado pero gradual golpe de Estado. En Cataluña los que gobiernan la autonomía han roto con las leyes y la democracia, y mienten y lo que haga falta para seguir estando en posesión de su verdad. La suya, no la del resto. Y por si fuera poco animan a los que están en la calle a que defiendas su sinrazón.

Muchos de aquellos que protagonizaron el 15-M han vuelto ahora a las calles. Los que no están de acuerdo se quedan en sus casas, y los radicales, los que acosan a los que no piensan como ellos, se olvidan de que aunque no estén también existen y piensan distinto. ¿Son menos catalanes? Lo dudo, tal vez lo sean más, pero las leyes, la democracia, el propio sentido común… les impide dar el puñetazo en la mesa y deben tragar lo intragable.

El problema y lo que me preocupa no es que se celebre o no el 1-O. Ya muchos lo dan por perdido. Lo realmente preocupante son las fracturas y heridas abiertas que nos encontraremos a partir del 2 de octubre. Y ésas, por más que se reconduzca la situación políticamente, tardarán muchísimo tiempo en cicatrizar. En Cataluña hay un germen antiespañol que ya tiene plantadas sus semillas, e irán creciendo y echando cada vez raíces más profundas; pero también hay un germen fratricida, de catalanes contra catalanes, que deberá convivir en el día a día, viéndose unos a otros las caras. Ahora está empezando lo que muy bien ha descrito en su novela “Patria” Fernando Aramburu. Los más violentos pasearán tranquilamente por las calles, esos a quienes no les cuesta reunirse a base de whatssap y concentrarse y de forma callada y con cánticos presionar a los que no piensan como ellos. Y los que no piensan como ellos deberán intentar vivir como puedan. A esto hemos llegado.

Siempre he dicho que la democracia no es perfecta. Gracias a ella nos regimos, pero debemos aguantar mayorías absolutas que convierten en autoritario y casi dictador al gobernante de turno, o minorías de 10 diputados cuya radicalidad y ni el más mínimo respeto a las normas se apoderan de un Parlament, lo cierran, y autoritaria y dictatorialmente deciden por todos los demás. Los hay también que se suman al carro para ocultar sus fracasos y sus propias “mierdas del 3%” y otros que aún ni se creen que sea posible alcanzar lo que siempre habían considerado una utopía. Todos ellos no llegan al 50%, pero ese casi 50% existe y ya no se puede hacer desaparecer. Ha llegado para quedarse. El resto aguarda callada y pacientemente a que las leyes se cumplan.

Y en el resto del España estamos gobernados por un partido aprisionado por la corrupción, que para dar la dignidad que nos han robado a los ciudadanos debería estar en la sombra hasta limpiarse y regenerarse durante bastante tiempo. Desde el propio presidente del Gobierno que daba ánimos a su amigo Bárcenas, corrupto donde los haya, hasta el resto del aparato popular que no sabemos cómo, o sí, hace que se eternicen las causas abiertas contra ellos. Pero antes o después les tiene que llegar la hora de enfrentarse a su pasado pestilente. ¿Por qué las urnas les siguen llevando a La Moncloa? Y por si fuera poco sin hacer nada, sin buscar una salida, lo que nos ha llevado a donde ahora estamos.

Se necesita sangre nueva, ideas nuevas, políticos de altura cuyo talante sea del siglo XXI y conozcan de primera mano los problemas que hay en las calles de toda España, de todas las Comunidades. No se necesitan extremistas ni radicales de uno u otro lado, sino personas dialogantes, que no tengan trapos sucios en sus partidos, y muchas ganas de arreglar lo que ahora mismo es ingobernable. Hay que remangarse y ponerse a trabajar en serio, olvidándose de intereses propios y partidistas, echándole todas las horas que hagan falta, aunque casi no se duerma ni se descanse. ¿Estamos a tiempo? Los optimistas creemos que sí, aunque es necesario que cambien muchas cosas y muchas caras, incluso en La Moncloa y en el Palacio de la Generalitat.

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