Más independientes y menos unidos

26/09/2017

Maite Vázquez del Río.

Están cambiando las claves en todo el mundo. Empiezan en algunos rincones a buscar otras reglas de juego porque las que había hasta ahora sólo nos llevan a la indignación o a la resignación. Tal vez las reglas de juego funcionen, pero los que las aplican no. Sea como sea, en muchas sociedades se busca un cambio, aunque no se sepa hacía dónde ir. Sólo se quiere cambiar y dejar atrás lo que ahora no funciona.

La Unión Europea se está desinflando. Ese espíritu de unidad que se vive por los pasillos y escaños de las instituciones europeas no se ha trasladado país por país. Los ciudadanos europeos nunca lo han sentido, porque se ha gobernado para las grandes empresas y los bancos con un proyecto inacabado, con un presente imperfecto y un futuro incierto. Algunos de los países socios o han optado por la salida, como Reino Unido (que por cierto nunca estuvo del todo dentro) o han empezado a desmoronarse con cambios internos. Las crisis de Polonia, Hungría… Ucrania, Rusia y sus injerencias por todas partes…

Los radicalismos han empezado a abrirse paso, por el lado de la derecha, Austria, Holanda, los neonazis alemanes o Marie Le Pen que estuvo a un paso de gobernar en Francia; o por el lado de la izquierda, donde Rusia sigue insuflando ánimos… Por la derecha, la mano dura, la racista, la xenófoba, … ; por la izquierda, la independentista, la rupturista del orden establecido, casi antisistema, o del todo, la que se cree más avanzada intelectual y culturalmente, como si el resto fueran zoquetes… Lamentablemente, ambos extremos huelen a rancio, y a dictadura de uno u otro lado. Todo lo contrario a la libertad y derechos a los que nos habíamos acostumbrado, pero que parecen incompatibles con los nuevos aires que soplan.

Se está llegando al punto de no retorno. España, una de las cuatro potencias europeas, está inmersa ahora en la nueva encrucijada. Los catalanes, que cada vez son más mayoría por culpa de un Gobierno central que solo conoce la manu militari, quieren su independencia. España, como la UE, no ha sabido fraguar la unidad pese a las diferencias históricas, culturales y económicas durante los más de 40 años que nos ha dejado la historia para hacerlo. La derecha rancia, heredera de un orden dictatorial, lo único que ha hecho ha sido corromperse aún más con la prosperidad del país; la izquierda socialista, que nos volvió a introducir en el mundo de las democracias y la libertad vive su crisis intentando modernizarse y quitar de en medio todo lo que huela a pasado; y la izquierda comunista, que nunca tuvo opción, comenzó a vivir su relanzamiento desde el 15-M de 2011. El problema son sus ansias de protagonismo y de querer gobernar con dogmas imposibles de llevar a cabo en una etapa postcrisis.

España ya no necesita buenas intenciones sino sentido común. La izquierda comunista apuesta por la ruptura, apoya a los secesionistas y lo que menos la importa ahora es que cada vez hay más pobres, menos sueldos y menos derechos. Los ciudadanos estamos descontentos y no miramos más que poder llegar a final de mes, porque los políticos nos están llevando a estos lodos en su huida hacia adelante para ocultar sus miserias y podredumbre. Muchos ya no confiamos en ellos ni les creemos nos prometan lo que nos prometan.

Escribía estos días que necesitamos políticos que estén a la altura, y si se les mira bien, no son más que canijos que se justifican con votos en las urnas -y en los últimos años no se vota al mejor sino al que parece ser el menos malo y se conoce-, o se saltan las leyes para dirigir una revuelta en las calles. Unos y otros, sin los votos ni la gente de las calles no son nadie. Parece que todos hemos olvidado que el poder reside en el pueblo. Al menos eso dice nuestra Constitución, la que más pronto que tarde se va a tener que reformar.

El sentido común huye del caos, y las calles de Cataluña hoy son un caos. Aquellos que participaron en el 15-M han dejado las tiendas de campaña y se han enfundado la bandera del independentismo, presionando y acorralando a quienes no comparten su lucha épica. Esa lucha que está dando sentido a unos pasos que hasta ahora no hacían más que vagar. Y buscan hasta debajo de las piedras adeptos, niños de colegio, chavales de instituto… Pero también otros sectores se tienen que pronunciar, como el universitario que de alguna manera tiene que demostrar -porque están en la edad- de que se puede cambiar el mundo; los estibadores, que acaban de salir de un conflicto cuyo puesto de trabajo y sueldos privilegiados estuvieron pendientes de un hilo; los agricultores con sus tractoradas; la siempre anarquista CGT o las organizaciones intersindicales catalanas que planean una huelga general para tener más visibilidad. ¿Pero y el resto de los catalanes? Esos que trabajan y trabajan sin parar, a los que les gusta el orden y el sentido común; esos que han llevado a Cataluña a ser una nación (España es una nación de naciones, la Constitución dixit) próspera, rica y fuerte… ¿Acaso ellos quieren una nación independiente que lo único que les va a cerrar son las fronteras y les va a dejar solos en su lucha diaria de salir adelante? ¿Quieren una nación independiente que ni se sabe cómo va a funcionar, ni cómo les va a garantizar los más mínimos derechos visto que las leyes se saltan por los propios dirigentes que les van a gobernar? ¿Y el futuro económico abriéndose paso solos?

Pero el germen está para quedarse. Los que no saben lo que fue la Guerra Xivil, y la ven sólo como la parte de la España represora, no parece que vayan a avanzar. Y en otras partes, como el País Vasco ya empiezan a pedirlo todo, por la vía legal. Sólo les faltan 37 competencias para lograrlo.

La transición no creó una España con naciones libres, sino que las libertades y competencias se fueron ganando a base de votos de apoyo a los Presupuestos Generales del Estado u otras leyes. Así no se conforma ningún Estado. Los socios de turno ganan, y los demás pierden. No creo que España haya robado a nadie, porque todos hemos arrimado el hombro según las necesidades de las regiones más retrasadas o de los macroproyectos como fueron organizar una Expo o unas olimpiadas. Eso significaba la unidad, que parece ser que ahora no vale y pone en entredicho todo lo que todos hemos sacrificado para llegar donde estamos. ¿Y cómo estamos? Cada vez menos unidos y más independientes, porque la inmensa mayoría no queremos ni lo peor ni lo menos malo. Hacen falta políticos de raza, que huyan de las poltronas, y dialoguen y negocien sin parar hasta llegar a un acuerdo. O eso, o el caos.

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