253 partidos después, Juan Carlos Navarro

28/09/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Y entre todo esto, Juan Carlos Navarro se retira de la selección española de baloncesto. Es el fin de una época y casi media vida se nos va con él. Veníamos de perder, veníamos de arrastrarnos por tierras movedizas con derrumbes desmoralizantes. Veníamos de Villacampa marcando 46 puntos a Venezuela, sí, pero ya sin opciones para optar a medalla en el mundial de Argentina’90, por ejemplo. Vivíamos de la plata de Los Ángeles. Epi hacía ya años que se había retirado, Fernando Martín se había convertido en mito tras su muerte y Corbalán ya andaba por ahí dando conferencias sobre superación. Estábamos en Antonio Martín, que por una lesión se perdió Barcelona’92 y otro gallo podría habernos cantado sobre Croacia o Lituania; estábamos con Biriukov, ya en decadencia. Estábamos con el último Nacho Solozábal. Estábamos con una generación que pudo ser y no ser, y que ya comenzaba a remontar el vuelo con el nuevo-viejo grupo formado por Nacho Rodríguez, Alberto Herreros y los hermanos Angulo. Es un resumen accidentado, pero desde la mirada del aficionado el baloncesto, con la selección española, era armarse de coraje para perder con China o con Angola.

Claro que entretanto hubo grandes jugadores: el propio Villacampa, los hermanos Jofresa. Qué grande Tomás. Quizá Juan Carlos Navarro tenía algo de Tomás Jofresa, ahora que lo pienso. La magia y la explosión. Pero no, Juan Carlos Navarro ha sido único. No me gustan las categorías piramidales, pero en el deporte es inevitable levantarlas. Si no hubiera existido Pau Gasol, Navarro sería nuestro mejor jugador de la historia. Ahí queda eso. Es más: incluso con Pau Gasol, si estudiamos las diferencias en el juego, el tipo de proyección que representan, podríamos decir que cada uno de los dos por separado son insuperables en lo suyo, aunque lo de Pau Gasol haya tenido siempre un impacto más determinante sobre el campo. Digamos que Pau Gasol salta a la cancha y ya tienes casi medio partido ganado: por potencia, por garra y por carácter. Por sabiduría y por acierto, por versatilidad, por ser un pívot que casi podría jugar de base. Claro, veníamos de Fernando Romay. De Santi Aldama. De Juanan Morales. Todos buenos jugadores, todos influyentes a su manera. Pero eran otra cosa, como si acabaran de dejar las muletas en el vestuario. Pau Gasol, su hermano Marc, Garbajosa, tipos así de altos que jugaban como panteras. Claro que tuvimos a Fernando Martín: por eso fue un icono. Por eso Pau Gasol ha dado nombre a una generación, al valor de un talento.

Pero ahora despedimos a Navarro, Juan Carlos Navarro. Joder, qué bueno ha sido. Ante la noticia de su retirada, ya con el bronce colgado del cuello, ha dicho Marc Gasol: “No me lo creo. No puede haber una selección sin Juan Carlos Navarro. Para mí el baloncesto es con Navarro, es el que yo he vivido desde que Pau entrenaba con él desde los 17 años. Desde entonces hasta ahora han pasado veinte años. Hemos estado muy cerca. Me siento muy afortunado de que haya sido compañero y sobre todo mi amigo. Es muy puro, muy transparente, pone por delante siempre al grupo, es una persona especial. No hay muchas personas especiales como él”. Que digan eso de ti ya es el mejor homenaje que puedes recibir. Yo tampoco me lo creo, la verdad. He pasado toda mi vida adulta, los últimos veinte años, viéndolo jugar. Soñando, con él y los demás, que éramos tan buenos o mejores que los americanos, a los que hemos acabado ganando en alguna ocasión, a los que hemos tuteado siempre. Sin miedo, con respeto. Pero sin miedo. Porque esos tipos grandes, armarios musculados, de verdad nos temían.

“Ha sido un placer estar aquí y defender estos valores”, ha dicho Navarro al despedirse. ¿Qué se puede decir de él? Sólo hay que entrar en YouTube y poner su nombre. Cualquier selección de jugadas resulta increíble. La fantasía, el descaro, la inspiración. Esa Bomba que subía por encima de los tipos más grandes, casi por encima del tablero en una parábola imposible, y al final entraba limpia. Navarro inventó ese tiro para que ningún gigantón pudiera taponarlo, y al final resultó que el gigante era él.

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