A por ellos, al desastre

25/10/2017

Luis Díez.

Mariano Rajoy y Albert Rivera han coincidido en el pleno del Congreso del miércoles, 25 de octubre, San Frutos en el santoral y 38º aniversario de la aprobación en referendo de los Estatutos de Autonomía de Cataluña y del País Vasco, en que no hay vuelta de hoja ni marcha atrás en la aplicación del artículo 155 de la Constitución que literalmente «suspende» la autonomía de Cataluña. El presidente Rajoy evita el término «suspensión» y no empleo la palabra «intervención», como si de derecho y de hecho no fuera eso lo que va a hacer con el preceptivo aval de la mayoría absoluta del Senado.

Rajoy prefiere hablar de la «recuperación de la legalidad» conculcada por el gobierno autonómico de Carles Puigdemont Casamajor, que cantando Els segadors y sin tiempo para peinarse, no ha respetado el lindero y ha destrozado los mojones de la Constitución y el Estatut, fijados con buenas maneras por sus antecesores. Rajoy argumenta que el «restablecimiento de la legalidad» es una medida necesaria, obligada, para «recuperar la convivencia» y evitar mayores daños sociales y económicos a Cataluña y a España en su conjunto. Sostiene que de continuar la deriva independentista se «rompería la recuperación económica» del conjunto del país.

En esos argumentos y razones ha abundado su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, a la que comisionó hace un año para convenciera a Puigdemont y sus mariachis de la conveniencia de atenerse al repertorio y no persistir en un «proces» divisorio del personal. Santamaría le echó ganas y diplomacia, pero fracasó en su empeño de preservar la linde y ahora, mira, hasta los de Podemos por boca del diputado de Podemos y secretario general de Iniciativa per Cataluña, Josep Vendrell Gardeñes, piden su dimisión.

Rajoy y Santamaría añaden a sus argumentos sobre la suspensión de la autonomía el compromiso de convocar elecciones autonómicas «cuanto antes» en Cataluña. El plazo máximo acordado con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el presidente de Ciudadanos, Rivera, para celebrar los comicios es de seis meses, de modo que deberán verificarse a finales de abril a más tardar. Y es en este punto donde los socialistas, por boca de su portavoz parlamentaria, Margarita Robles, piden a Rajoy el compromiso de no intervenir la autonomía si Puigdemont se aviene a convocar él, que es a quien corresponde, las elecciones catalanas.

Con ese encargo Sánchez envió también a su vicesecretaria general, Adriana Lastra, a pedir flexibilidad al Gobierno si Puigdemont responde como es debido y a solicitar a los nacionalistas y a Podemos que acepten el diálogo en el Parlamento, en esa comisión para la modernización y reforma del Estado de las Autonomías, como la mejor salida para resolver el problema creado por las derechas catalana y española.

Pero, amigos míos, los puentes que el PSOE y el PSC se esfuerzan en tender ya no valen a Rivera y a Rajoy. Ambos lo dejaron claro en el pleno del triste aniversario del Estatut. El primero, Rivera, dice que no se fía de Puigdemont y Junqueras para contar los votos. «¿De verdad quieren al comité de sedición de Puigdemont contando los votos?», inquirió a los socialistas. «No les entiendo», añadió después de referirse a las «coacciones» y declaraciones de «personas no gratas» que algunos diputados están sufriendo en sus pueblos y ciudades. Y el segundo, Rajoy, además de coincidir con Rivera en eso, dejó claro a Joan Tardà que «la aplicación del 155 es la única respuesta posible, y lo hago porque ha roto la Constitución y el Estatuto».

A la espera de saber si Puigdemont corrige el tiro, va al Senado y anuncia elecciones en el marco estatutario y constitucional, Rajoy y Rivera van lanzados a la intervención. La tensión sigue creciendo, los extremosos de frotan las manos, suenan gritos de «¡A por ellos!», la razón retrocede, la edad del hierro afila sus cuchillos en la edad de piedra, los más lerdos quieren cabalgar sobre nosotros. En 1936 ni los falangistas financiados por los nazis alemanes pintaban nada en el Parlamento español ni los comunistas, apoyados por Moscú, tenían más fuerza que la extraída de la ruptura de las Juventudes Socialistas. Y unos y otros, para desgracia de todos, crecieron y se multiplicaron con el conflicto, provocado entonces por militares perjuros y golpistas.

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