El mundo sigue

01/11/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Hay un mundo ahí afuera: vibra y late, se asienta y se revela en el dolor. Lo hemos vuelto a recordar con estos ocho muertos sobre la calabaza festiva de Manhattan. La manzana es el fruto prohibido para el yihadismo: huele a Leonard Cohen, huele a Bob Dylan, huele al Village y a la melancolía realista en los poemas de Sharon Olds, autora de una célebre Oda a la mamada, con su célula de oro goteante en Long Island. Este mundo les jode, como una risotada sensual de Dorothy Parker: no por lo que es, ni siquiera por lo que fue, sino por lo que representa, una especie de Babilonia ardiente sobre sus ruinas. Para el integrismo islámico, Nueva York es el mal. Por eso la golpean, por eso la convierten en un símbolo. Por eso la Gran Manzana se sigue desprendiendo del árbol de la ciencia para caer en manos de los novelistas que aún esperan conquistar el presente, como Sayfullo Saipov, el uzbeco de 29 años que ha arrollado un carril-bici con su furgoneta, también espera morir para adentrarse en un edén de vírgenes suicidas.

Bienvenidos a la actualidad: la habíamos olvidado, nos habíamos encerrado en la habitación del pánico independentista para dejarla atrás. Acaban de morir ocho paseantes, pero pueden ser más, con más de doce heridos en el bajo Manhattan. La razón, la de siempre: arrasar y matar a cuantos infieles sea posible. Es el fanatismo. Es el dogma viral de una existencia. El mensaje unívoco, y la negación de cualquier otro discurso. La hora del atropello, en un carril bici entre West Street y Chambers Street, no fue casual: coincidió con la salida de los niños de los colegios, y además en pleno Halloween. Parece ser que al bajarse de la camioneta exclamó “Dios es grande”, algo que tampoco resulta original. No: grande es la vida, y la convivencia pacífica. Todos los que tratan de romperla, todos los que cargan la escopeta verbal y después se piran para que disparen otros, son igual de culpables, porque toda violencia puede no ser física.

El atentado pone sobre la mesa el título de la película maldita de Fernán Gómez porque el mundo sigue: y nosotros, mientras, seguimos siendo esclavos de una tragicomedia que también nos estalla. Esto es lo contrario del independentismo: con su aullido y su grieta, me preocupa la vida más allá de la aldea.

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