Ya recordarán el diccionario nada abreviado de improperios del actual jefe de gobierno, Mariano Rajoy, contra su antecesor José Luis Rodríguez Zapatero (ZP a la mexicana). «Ignorante» e «incompetente» eran sus calificativos más benignos. Gastaba Rajoy un lenguaje estercolario contra el «buenista» ZP para hacerle saber que no todo el mundo era bueno. Empleaba entonces la muletilla de «todo español decente…» como si unos lo fueran y otros no. En aquel entonces, hace ahora diez años, se aprobó la Ley de la Memoria Histórica con el voto en contra del PP y de ERC, unos por exceso y otros por defecto. Rajoy prometió derogarla inmediatamente si ganaba las elecciones de marzo de 2008. Las perdió.

Con aquella ley en la mano se inició la limpieza de los símbolos, estatuas y demás iconos de la sublevación militar, la guerra y la dictadura de los edificios y establecimientos de la Administración General del Estado, incluidos los cuarteles y bases militares. Solo quedaron los de gran valor artístico. La ley reforzó la exigencia de limpieza de calles y callejeros, acometida con anterioridad por numerosos ayuntamientos. Se puede decir que para eso y poco más sirvió la norma, pues Rajoy canceló su aplicación y redujo a cero la partida presupuestaria (poco más de dos millones de euros) que destinaba el Ministerio de la Presidencia a ayuda para la localización de las fosas y la recuperación de los restos de los republicanos fusilados. Esto no quiere decir que las familias no hayan seguido buscando (y recuperando) los huesos de sus seres queridos para darles digna sepultura.

Lo que nadie esperaba era que Rajoy se quejara del adecentamiento del callejero, como hizo en Abiyán (Costa de Marfil) el pasado 1 de diciembre, donde visitó la fragata «Infanta Cristina» tras asistir a la cumbre UE-UA. Allí recordó que había residido cerca de la Academia Naval de Marín (Pontevedra), concretamente en la calle del almirante Salvador Moreno. «No sé por qué quitaron la calle (el nombre, se entiende). He vivido allí muchos años y la sigo llamando así», dijo. Tamaña ignorancia en hombre tan culto y pulido (nada que ver con ZP) sólo se explica por un comprensible cansancio de saber o si acaso un lógico deseo de complacer al elemento retardatario de la Armada. Como bien ignora, aquel almirante Moreno Fernández fue un reputado golpista, autor de acciones tan valerosas como el bombardeo de la población civil de Málaga cuando huía hacia Almería, y ministro de Franco. Y como ha decidido ignorar, Rosalía de Castro, nombre que dieron a su antigua calle en 2002 (el PP votó en contra), fue una poeta gallega, cumbre del romanticismo.

Sin quitarse los patines, este hombre aprovechó la jornada festiva de la tan querida Constitución para impregnar de sabiduría a los británicos. Antes de llegar a tomar el té con la primera ministra, señora May, escribió en un artículo para la prensa de la isla sobre la suerte de los británicos de ser la primera democracia parlamentaria. Los leoneses se sorprendieron de que el hombre que pasó gran parte de su juventud en León, donde su padre fue presidente de la Audiencia Provincial, ignorara (supuestamente) que el Reino de León fue con Alfonso IX la primera democracia parlamentaria de Europa, con elección directa de representantes del pueblo trabajador en pie de igualdad con los estamentos. Entidades culturales, políticas y ciudadanas se han quejado del menosprecio del gobernante. Lógico. Ya lo dijo Unamuno: «La ignorancia de lo nuestro es la pena del país».

Ya es sabido que en Grecia, cuna de la democracia de Pericles (al cabo de treinta años acabó periclitado), funcionaba una escuela de sofistas o técnicos del enredo dialéctico para triunfar en la asamblea. Les llamaban los cínicos, porque, como los perros o canelos (de los que tomaban el nombre) orinaban en público sin el menor pudor. Ante el patinaje del señor Rajoy, con esos «giros sombra» y «arabescos» que dejan boquiabierto al reformador constitucional Pedro Sánchez y demás gente decente, crece la sospecha de que este hombre incluyó a los cínicos en sus vastos conocimientos.