Joan Tardá y la familia

15/12/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Gracias a Joan Tardá estamos entendiendo el sentido del mundo, la familia y el amor. Ha afirmado Joan Tardá, interpelado acerca de las fracturas familiares provocadas por el independentismo, que aquellas familias que ahora se encuentren rotas tras el rastro larvado del procés ya lo estarían antes, por los cuatro ahorros de los padres, y que si se han quebrado con las desavenencias políticas es que ya venían mal de fábrica. Joan Tardá es un sociólogo metido a líder revolucionario para un tiempo de horas imposibles, y también de mensajes enfangados de una hueca retórica que es lo más señero del independentismo. Gracias a Tardá comprendemos la esencia de la luz familiar, como antes hemos ido descubriendo las nuevas perspectivas de conceptos que teníamos mal asimilados: soberanía, legalidad, democracia, seguridad jurídica. Y sobre todo verdad.

Porque la verdad, para el independentismo, no es lo que sucede, sino lo que el independentismo dice que sucede. La soberanía no es el ejercicio de un poder colectivo mediante la representación, sino la usurpación de una minoría de la opinión general: así, ellos nunca hablan de “los independentistas”, sino de “el pueblo catalán”, olvidando que más de la mitad de la población votó en contra de los partidos secesionistas en las últimas elecciones autonómicas. La democracia, entonces, no es escuchar a toda la población, sino convencer a los disidentes, aunque sean mayoritarios, de su error histórico, y machacarlos institucionalmente hasta que cambien de idea: ese ha sido el único propósito del procés, coronado no sólo simbólica, sino jurídicamente, en la DIU. Y la seguridad jurídica, sustentada en la legalidad, no es lo que pensábamos, una igualdad de todos en el trato respecto al arco legal, sino algo que se puede moldear al gusto propio, aunque se incurra en todo tipo de contradicciones, porque la única razón que se arguye al final es el tufo romántico del nacionalismo y su egoísmo económico.

Como la familia. Como nuestras familias. Como los amigos. Como nuestros amigos. Así que ya lo sabes: si en los postres de la comida de empresa, ya pidiendo el gin-tonic, aparece el tema catalán y acabas discutiendo con un amigo tuyo de Gerona, no es que el independentismo esté fracturando la sociedad, qué va, sino que ese tipo de Gerona no era tan amigo tuyo como te habías creído. Si un hombre llega a su cena de Nochebuena y tiene miedo de expresar su opinión delante de sus yernos, el problema no es que la DIU ha terminado calcinando las últimas neuronas de la convivencia, qué va, sino que no ha sido un buen padre, ni un buen suegro, y la herida ya venía de antes.

Es la ligereza con la que esta gente lo ha manchado todo, corrompiendo hasta las cenizas de la quema, con esta frivolidad de las palabras que se engordan de aire hasta reventarlas, para servirlas luego en sacrificio. Como la legalidad. Como la democracia. Como la familia. Y luego hacia delante, que queda todavía una sociedad por devastar.

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