Hilas y las ninfas

02/02/2018

Joaquín Pérez Azaústre.

Hilas y las ninfas no es un cuadro, sino una provocación de carne y lienzo. El pintor prerrafaelita John William Waterhouse no pudo presagiar que la imaginación sensual de la sangre, con su pulso de senos coronando nenúfares, sería retirada de su exposición permanente de la Manchester Art Gallery. En la página web de la galería podemos leer: “El cuerpo femenino como una forma pasiva y decorativa tanto como una mujer fatal. ¡Vamos a poner a prueba las fantasías victorianas!”. Porque ahora el espacio vacío del cuadro volverá a ser ocupado, pero con los cientos de notas que dejará la gente diciendo lo que opina sobre la cosificación del cuerpo femenino. Clare Cannaway, la conservadora del museo, ha explicado en unas declaraciones a The Guardian que no se trata de censura, sino de la proposición de un debate público: “Personalmente tengo una sensación de vergüenza por no haber abordado este asunto antes. Hemos olvidado fijaros en este espacio y pensar apropiadamente en él”. Así, la galería ha colocado un bloc de notas adhesivas y los visitantes irán dejando sus impresiones sobre el cuadro, sobre su retirada y sobre el nuevo vacío en la contemplación de las ninfas, que ahora ha alcanzado su verdadero cénit de ensoñación.

Sin embargo, si fuera realmente una acción artística que busca el diálogo entre los asistentes al museo, en relación a la ausencia de un cuadro que muestra a un argonauta rodeado de bellezas casi adolescentes en las aguas salvíficas, para qué iba a retirar la galería de la circulación las postales con la imagen de la pintura. Ahora, quien quiera ver la imagen deberá acudir a Internet o a su imaginación, que es una fuente aún más poderosa en la fecundación del deseo. Hilas y las ninfas representa a uno de los argonautas que acompañaron a Jason hacia la Cólquida, en su búsqueda del vellocino de oro, llamado Hilas. En una de las islas de su recorrido, enviado a por agua por la expedición, se inclinó sobre una poza y se encontró con las ninfas. Una de ellas, de belleza entre febril y pura, lo besó en los labios. Hilas nunca volvió con sus compañeros y ya permaneció perdido en ese limbo que John William Waterhouse pintó con delicada y plácida franqueza, cuando el sueño se desvela al contemplar su conciencia de cuerpo.

En fin, estamos en esto. Como cuando el Metropolitan de Nueva York se negó a retirar un atractivo lienzo de Balthus después de que unas visitantes indignadas de feminismo mal digerido exigieran la desaparición del cuadro, por aparecer una adolescente veraniega con las piernas abiertas y los muslos torneados hasta los calcetines cortos. El cuadro se titula Teresa soñando y es precisamente eso, porque también nos hace soñar a los demás y no precisamente con su lubricidad, sino con esa impresión de sensual abandono cuando el ánimo vuela hacia regiones más desconocidas que nuestro pensamiento. Vemos lo que queremos ver, y el acaloramiento suele estar en los ojos. No vamos a perder nuestro pulso de arte en la retina, los cuadros, las películas, las novelas y los poemas que amamos porque este histerismo tienda a confundir la dignidad de la mujer –que nos compete y nos ocupa, y nos preocupa, o debe hacerlo, a todos- con la censura en el arte. Paso de hablar, porque es lugar común –aunque ya lo estoy haciendo- de Nabokov y Lolita, pero es que es así. Que se persiga con dureza –y de verdad- a los delincuentes, pero dejemos en paz la libertad del arte. Siempre habrá nuevas ninfas y creadores perdidos en sus aguas.

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