¡Pobre España!

08/02/2018

José María Triper.

«España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido.» No es la primera vez, y visto como está el patio no será la última, que traigo a colación esta frase de Otto von Bismarck, el apodado canciller de hierro. Y si vuelvo a hacerlo ahora es porque no se me ocurre nada mejor para definir el lamentable y bochornoso espectáculo protagonizado estos últimos días en Cataluña y en Madrid por unos políticos mediocres, incapaces de superar sus propios intereses personales y partidistas para afrontar el mayor desafío al que se ha enfrentado nunca la democracia española.

Mientras desde la Justicia, las fuerzas del orden, los agentes sociales, los intelectuales de toda índole y la inmensa mayoría de la sociedad se está actuando con eficacia, respeto a la legalidad y, sobre todo, dando una imagen de inequívoca firmeza y unidad frente a los insurrectos, los partidos políticos continúan protagonizando su particular exhibición de mezquindad y de incapacidad para afrontar con la serenidad, racionalidad proporcionalidad que exige el desafío a la legalidad, la democracia y la cordura que están perpetrando Puigdemont ,  JxCat y sus aliados de la CUP con la colaboración especial de Podemos y sus comunes confluyentes.

Así el Partido Popular, instalado en su permanente egolatría e incapaz de acometer esa catarsis de proyecto, personas y programa a que le abocan el desastre en Cataluña y la fuga de votos en el conjunto del Estado, abre una guerra fratricida contra Ciudadanos, poniendo en peligro el cumplimiento de la legislatura, la estabilidad política, la recuperación económica y la unidad de acción del constitucionalismo.

Mediocridad, patetismo y falta de líderes y de proyecto que son también las señas de identidad de este PSOE de un Pedro Sánchez que sigue sin entender que ser de izquierdas no es echarse al monte, destruir y apuntarse a demagogias populistas –para eso está Podemos- sino atender a las demandas y necesidades de los ciudadanos y tener un proyecto ilusionante de país, como demandaba Felipe González en la espléndida entrevista con El Mundo. Su esperpéntico veto a Luis de Guindos para la vicepresidencia del BCE, al que apoyan otros muchos socialistas europeos, es una muestra de ceguera, cerrazón y de incoherencia, perjudicando los intereses nacionales y recurriendo a argumentos irracionales, torticeros y falaces como el feminismo trasnochado con que la patética Margarita Robles intentaba justificar lo injustificable.

También los exponentes de la llamada “nueva política” han asumido los usos y costumbres de las viejas y ahí tenemos a Rivera y Ciudadanos embriagados por las expectativas que les confieren las encuestas, amenazando a Rajoy con dejar de ser su socio político, jugando a nadar y a guardar la ropa en cuestiones de calado como los Presupuestos o la prisión permanente revisable y sin asumir la responsabilidad de liderazgo en Cataluña que le han dado los votos en las urnas.

Y de Podemos, mejor ni menearlo. Iglesias y demás “mareas,” a lo suyo, como siempre. Cuesta abajo en su cruzada para destruir el sistema democrático y de libertades sin aportar soluciones y arrimándose siempre a aquél con el que puede hacer más daño, especialmente con ERC y los independentistas.

Y mientras, Puigdemont y sus mariachis imperturbables en su desafío al Estado y sin cejar en su propósito de romper España, mientras miran complacidos la unidad de acción en el frente constitucional se deshilacha.  Una situación lamentable que contrasta con la lección de firmeza y contundencia de Macron en Córcega y el respaldo unánime de los franceses conscientes de que la unidad y la libertada no son valores negociables porque ellos son los auténticos garantes de la igualdad y del progreso.

¡Pobre España!

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