El PSOE continua su travesía del desierto, sin oasis a la vista

27/02/2018

César Vacchiano.

La debilidad de los lideres políticos al comienzo de 2018 conduce a una circunstancia de incertidumbre sobre las expectativas, que harán del año electoral inmediato, el 2019, un escenario de la confrontación, ya consolidada, entre cuatro formaciones de ámbito nacional.

Al margen del deterioro continuo de los populares, fruto de una carencia de liderazgo motivador que ha contribuido a la fragmentación de la oferta desde los segundos momentos de la crisis, en 2013, resulta alarmante la carencia de análisis profundo en las filas socialistas, que está conduciendo al partido por derroteros ajenos a los sentimientos mayoritarios de sus votantes. En esa carencia reside la crisis de resultados y la supremacía de lo táctico sobre lo estratégico a partir de la confusión que facilita la llegada al poder del que luego fue presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

El esfuerzo del aparato del partido para evitar el triunfo de José Bono permitió una victoria pírrica del candidato vallisoletano. En ella nace la confusión que acompaña el devenir socialista durante los primeros meses del nuevo liderazgo, como opositor en la segunda legislatura de Aznar, y tras el triunfo electoral derivado de la masacre terrorista de Atocha, durante las dos legislaturas que definen el mayor deterioro del bienestar de la sociedad española en tiempos de democracia. Confusión nacida del éxito del candidato y luego del éxito del partido que derivan en un acomodo interesado de su inteligencia y la subordinación de cualquier discrepancia individual a la ocurrencia circunstancial del Gobierno, obsesionado en ocultar evidencias sobre el deterioro económico y acelerar el fin de una ETA acosada desde todos los sectores de la sociedad.

Zapatero, un presidente sostenido por las bases de un partido todavía dotado de los valores inerciales del liderazgo “felipista”, creyó en sus propios méritos para ocupar el poder y disfrutó de una corte de aduladores que le permiten superar la disyuntiva de mayo de 2011 y caen, con él, en las elecciones de diciembre del mismo año. Dos legislaturas que enmarcan la peor crisis económica del país, el mayor desaire a los valores constitucionales en democracia, el enmascaramiento decidido de la situación económica y la osteoporosis del partido.

El fin de Zapatero, derivado de un fracaso electoral patente no significa la apertura de un periodo de regeneración del PSOE, que ha de afrontar la conservación del poder regional sin modelo básico de gobierno que ofrecer a una sociedad aturdida por las medidas anticrisis. Todo es táctico en los años duros del bienio 2012-2013 en los que el Gobierno trataba de escapar de la intervención económica y la sociedad de superar un desempleo agobiante. Los barones socialistas y los arribistas del aparato buscaban pescar en rio revuelto sin otra aspiración que llegar a controlar la organización. Nada del pasado parecía válido; ni personas, ni opiniones; sin criterio sobre los elementos aglutinantes de una oferta estatal, sin liderazgos que pudieran superar el descontento social, aunque con la falsa ilusión de alimentar un populismo a su izquierda, que probablemente ayudaría a definir y rescatar una valoración constructiva de quienes se han considerado la izquierda útil de siempre.

La peripecia de Pedro Sanchez hasta su consolidación, regulada como dirigente supremo del partido, es bien conocida. Sus efectos en la organización están por describirse y nadie se ha planteado hacerlo por puro instinto de conservación. Dos derrotas electorales que baten récords de desafección en la historia del PSOE y las mayores evidencias de antagonismo interno entre los mandos del partido y su Comité Federal, son algunos ejemplos concretos. Indefinición en asuntos clave y laboratorio semántico para el “slogan” coyuntural.

No es ello lo peor, ni siquiera lo mas grave, que ha permitido la supervivencia política de un poder administrativo en los Populares, aupados al poder por el desastre reflejado en la era Zapatero y reafirmados por el miedo de una sociedad que ha asumido la democracia y aprende a votar con la cabeza. Un partido sin el liderazgo que inspira modelos y educa seguidores, sin ilusión por actos de gobierno ante la mayor crisis del Estado, con el único escenario de la nada después de Rajoy, la nada al cuadrado.

Lo peor que ha ocurrido en el PSOE es descubrir un partido que gana la disciplina de soporte al jefe por sus miembros adscritos y probablemente colocados. Con votantes desafectos por la incongruencia de cada día, sin soluciones constructivas para nada, sean las pensiones, la demografía, la educación, el uso de la lengua o los costes de la energía; un año perdido sin visión alemana de la gobernabilidad, alimentando decisiones viscerales sobre el nombramiento de cargos españoles en Europa o sobre alianzas municipales que destruirán el crédito local de sus electores. Es el mayor riesgo de la coyuntura, capaz de apartar al PSOE del poder por una década, con la amenaza de ser parcialmente fagocitado por su izquierda y sin miramientos. Todo parece indicar que la única expectativa, de nuevo visceral, es hacer más notoria la instrucción sobre corrupción en los Populares, que en las propias filas. Y medio país distraído con el “show” hasta que llegue la hora de votar de nuevo, donde puede triunfar el discurso de lo obvio, lo que debería formar parte de cualquier oferta lúcida en un país democrático, otra vez lo nuevo y lo desconocido, elegido por exclusión.

Muchos desearíamos ser alemanes hoy. Pero el desierto queda mas al sur, una pena.

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