Una reflexión sobre cómo debería ser la educación en la revolución digital

19/03/2018

Pablo Sanz Bayón, profesor de ICADE. Las disciplinas humanísticas ganarán en importancia.

‘Color word’, por Leo Hidalgo, modificada (CC BY-NC 2.0)

El surgimiento de las computadoras en la segunda mitad del siglo XX posibilitó incrementar la velocidad y eficacia en la difusión y procesamiento de la información. Nuevos sistemas y técnicas informáticas permitieron mejorar el registro y análisis cuantitativo de datos, facilitando la realización de tareas que antes eran repetitivas, lentas y costosas. Hemos pasado de los textos en papel a los hipertextos o hipervínculos en pantallas, de lenguajes escritos a lenguajes de programación y algoritmos. La posterior aparición de Internet, y por tanto de un ciberespacio, esto es, de una realidad virtual, electrónica y prácticamente infinita, nos abre horizontes insondables para nuestro futuro próximo. Por esta razón, resulta acuciante reflexionar sobre cómo resituar la educación ante los nuevos paradigmas de las tecnologías digitales, con todo el potencial de comunicación e interconexión de información que nos proporcionan.

En primer lugar, habría que cuestionarse si de verdad tiene sentido seguir fragmentando en determinadas categorías, taxonomías y disciplinas muchos de los conocimientos que ya tenemos consolidados, y si tantos compartimentos conceptuales (algunos muy estancos), con sus metodologías propias, no operan a veces sino como auténticos obstáculos que impiden acercarnos a análisis transversales e integrales que sean capaces de combinar experiencias y hacer avanzar los saberes. Todavía es muy común referirse a estudios e itinerarios de “ciencias” o de “letras”, e incluso se suele recurrir a esta clasificación maniquea y arcaica para organizar grupos de alumnos y bloques de asignaturas, condicionando e incluso determinando en muchos casos la progresión y elección del futuro académico y profesional de los estudiantes.

Asimismo, parece conveniente repensar las clases magistrales, que no deben seguir planteándose como el momento en el que el profesor procede a la repetición y transmisión de información. El alumno debe obtener en clase lo que no puede recibir a través de su ordenador e Internet. En ese sentido, el profesor debe aportar un valor añadido sobre la información accesible por el alumno, siendo la voz de un discurso argumentado y crítico, que despierte la curiosidad e incite a buscar, a relacionar y a seguir aprendiendo y reflexionado. Las actividades en clase deben ir en la línea de valorar y cuestionar la información, y deberían servir para aprender a pensar con rigor. Se deben superar las lecciones meramente descriptivas, porque la absorción de información y el acceso a datos ya lo pueden hacer los alumnos por sí mismos con fuentes y materiales online. El profesor debe ser alguien que haga cosas que un software todavía no pueda hacer (a pesar de la pretendida “inteligencia artificial”). Debería invitar al pensamiento y crear ilusión por el conocimiento en sus alumnos, sugerir debates, establecer criterios para seleccionar información y recomendar lecturas y autores fundamentales.

La educación, un sistema holístico
También es momento de cuestionarse cómo se debería aplicar la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad ante el paradigma de la complejidad en el que estamos envueltos, que ha llegado a atomizar el conocimiento de forma extraordinaria. Resulta decisivo reflexionar sobre qué reformas se deben hacer sobre la configuración de los planes de estudio y proponer agrupaciones más efectivas de alumnos que eviten masificaciones y situaciones de impersonalidad. En este sentido, sería conveniente replantear formas más positivas e interactivas de examinar y valorar el aprendizaje, así como la necesaria ejemplaridad del profesor ante las nuevas generaciones. Tampoco se debería pasar por alto una revisión en profundidad y quizá un rediseño de los espacios de los centros educativos (aularios, mobiliarios) y de la planificación de los horarios, etc. La educación es un sistema holístico en el que cualquier modificación, aunque parezca intrascendente, puede ajustar o desajustar al resto de los elementos del sistema.

Ante la inexorable inmersión de la sociedad mundial en la revolución digital, a todos nos atañe responder y participar en estas grandes cuestiones porque en ellas se juega el desarrollo y bienestar de toda la sociedad. La educación es el gran tema político por antonomasia porque el devenir y bienestar de la polis depende de lo que aprenden o ignoren sus ciudadanos. ¿Cómo se debe resituar la educación ante el contexto de la revolución digital? ¿Podemos conservar algo de lo que hay ahora o se deberá cambiar drásticamente todo en un afán modernizador y tecnocrático? ¿Deben los colegios y universidades limitarse a dar una correcta respuesta a las demandas del nuevo mundo laboral que se está abriendo paso, o deben aportar algo más a las nuevas generaciones?  La interdependencia entre educación y economía en un marco social globalizado e interrelacionado nos debe hacer muy sensibles al modo en que afrontamos los innumerables desafíos educativos.

Algunos estudios, sobre todo desde el ámbito cultural angloamericano, señalan que se necesitarán más destrezas cognitivas en la tecnología de la información y la comunicación (TIC), pero también un aumento de las habilidades en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (CTIM), denominadas STEM, en su acrónimo anglosajón. Es obvio que, si las trasformaciones científicas y tecnológicas han liderado los cambios que hoy asumimos como normales, en cierto modo estas áreas de conocimiento presentarán una posición de interés prioritario para poder seguir liderando la investigación y el desarrollo en el futuro. Junto a ello, parece también claro que no se podrá dejar de lado una dinámica continuada de aprendizaje activo a lo largo de la vida, porque una de las notas distintivas de nuestro tiempo es la necesidad de reciclaje continuo de buena parte de nuestros conocimientos, para evitar quedarnos desfasados. A este respecto, las STEM son más proclives a sufrir este proceso de obsolescencia debido al carácter efímero y vocación de transitoriedad de muchos de sus modelos, teorías y aplicaciones. Seguir aprendiendo una vez terminados los estudios obligatorios y superiores no será algo optativo sino algo imprescindible en la mayor parte de las profesiones, y requerirá una actitud vital activa y creativa que está en consonancia con nuestra propia fisiología, que es la plasticidad de nuestra estructura cerebral.

Desarrollar el pensamiento crítico
También hay voces que apuntan a que el desarrollo de destrezas no cognitivas (soft skills) deberán ganar terreno para compensar el auge de las STEM. Esto además impactará en la calidad de las prácticas curriculares, adquiriendo esta formación dentro de las empresas un papel muy determinante. Todo ello resulta crucial, porque las humanidades pueden ayudar a construir una sociedad que no pierda la sensibilidad ante muchos ámbitos y desafíos de distinta índole. Las aproximaciones éticas y estéticas se deben poner sobre la mesa ante las dinámicas mecanicistas y deterministas que traen consigo los procesos de creciente automatización, digitalización y robotización. De este modo, los estudios humanísticos pueden contribuir indudablemente a cultivar un sentido crítico que permita discutir cómo se va construyendo el desarrollo tecnocientífico, para que sea a la medida humana y no de las máquinas. La enseñanza de las humanidades, en este sentido, deberá también ser revisada, de modo que no sólo se ofrezcan conocimientos abstractos o teóricos, anclados habitual y tradicionalmente en ejes historicistas, sino que también se incorpore una praxis, esto es, que junto a un conocimiento básico, las ciencias sociales sean capaces de humanizar las STEM, las ciencias duras, dotando de discusión profunda a las cuestiones que afectan a la sociedad contemporánea.

Se abre un nuevo tiempo en el que la necesidad de una mayor cualificación y especialización de los trabajos de carácter científico y técnico sea conjugada con una mayor amplitud y sensibilidad hacia los efectos humanos y sociales de las propias innovaciones tecnológicas. Los cambios e iniciativas en este sentido se han de traducir en mayores esfuerzos por implicar en el sistema educativo el aprendizaje de valores humanos para el desempeño de las actividades STEM. Las humanidades, aparte de ayudar a entendernos en todo nuestro acervo cultural y civilizatorio, también han de ofrecer actitudes vitales que contribuyan a la dignidad y singularidad humanas. Éste es el gran reto que tiene la educación en los albores de la revolución digital.


Pablo Sanz Bayón
 es profesor de Derecho Mercantil en la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE (en Twitter, @UCOMILLAS). Doctor en Derecho, actualmente está involucrado en proyectos de investigación relativos a las nuevas tecnologías financieras, las FinTech, y su regulación.

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