Los dirigentes españoles -de todas las formaciones- saben ganar o perder conflictos pero han demostrado una gran incapacidad para negociar. Incluso comprobamos que muchos partidos tienen serias dificultades para configurar pactos de gobierno en caso de que las urnas no den mayoría absoluta a ninguna formación. Y lo más parecido a una dictadura es un ejecutivo con mayoría absoluta. Y aún así hay quien estando en minoría actúa como si tuviera mayoría desoyendo o congelando las resoluciones que emiten las Cámaras, como actualmente sucede en el gobierno de Rajoy.

Esta incapacidad para el diálogo o la negociación (y no bastan las promesas si no van acompañadas de hechos) propicia que un problema que inicialmente se podría resolver en una simple negociación se enquistan y se envenenan por no quererlos afrontar cuando era posible, haciendo buena la máxima atribuida a Francisco Franco que “la mitad de los problemas se resuelven solos y la otra mitad son irresolubles”.

Ejemplos son muchos, desde el eterno problema de la financiación autonómica, el problema de la igualdad de la mujer, la situación de la justicia, los problemas de la vivienda, el conflicto vasco o la actual situación en Catalunya. Hay quien -ciegamente- pretende solucionar el problema judicializando la vida política, pero normalmente sólo es un parcha que no resuelve nada y desacredita las instituciones haciéndoles desempeñar un papel que no tiene.

Es muy fácil hablar a pelota pasada, pero si analizamos los grandes conflictos -algunos aún vigentes- no es difícil deducir que si no hubiera tanta prepotencia y más voluntad de hablar, escuchar, negociar y voluntad de buscar soluciones y respetar los acuerdos muchas cosas irían de otra manera y la credibilidad de la clase política subiría muchos grados.

Pero la negociación, el diálogo y los pactos parece que es una asignatura que nuestra clase política -toda- la tiene suspendida.