Dumping social y competitividad

20/06/2011

diarioabierto.es.

Las manifestaciones y marchas del 19 de junio representaban un importante reto para el movimiento 15 M. Tenía que demostrar que conservaba su poder de convocatoria, reafirmar de forma inequívoca su carácter pacífico y probar su capacidad para autogestionar el orden y la seguridad  de forma satisfactoria. Y la prueba la han superado con éxito, sin necesidad de mover autocares de manifestantes de un sitio a otro y además han sido capaces de  agrupar a miles de manifestantes individuales en muchas ciudades.

Ha habido intentos de desacreditar el movimiento achacando al conjunto los comportamientos  de unos pocos violentos y otros muchos se resisten a creer que el movimiento sea tan solo la expresión del malestar y la indignación de todas aquellas personas que sufren ya o temen sufrir las  consecuencias  sobre ellos mismos y sus familias de una crisis en la que no han tenido arte ni parte. No les gusta que se les asigne el lugar de paganos de los platos rotos de una fiesta a la que ni siquiera habían sido invitados.

Constantemente se invoca la necesidad de lograr que las empresas europeas – y que decir de las españolas – sean más productivas y competitivas, objetivo que nadie puede cuestionar, aunque sí sus métodos. La competencia parece haberse establecido en lograr los mayores recortes  al estado de bienestar, en la reducción de servicios y prestaciones sociales, en contratos de trabajo basura, precarios y mal pagados, en la perdida de derechos laborales, etc. En definitiva, parece que se nos ha ocurrido a todos que la mejor manera de ser productivos y competitivos es hacer “dumping social” frente a las empresas de los países emergentes y lograr empeorar las condiciones de trabajo hasta alcanzar un nivel inferior al  de cualquiera que pueda competir con notros. Como usted puede comprender, se trata de una exageración y una reducción al absurdo, pero en el fondo esas son las orientaciones.

Probablemente la clave de productividad y competitividad deberíamos buscarla  a través de empresas más innovadoras, de productos de mayor calidad, de mejores servicios, de la mejora de la educación y la formación, de un mayor apoyo a la cultura del emprendimiento, etc. No hace muchos años todavía los documentos de la Unión Europea hablaban con entusiasmo de la Sociedad del Conocimiento  que era presentada como la clave de la competitividad  europea del futuro.

¿Qué ha pasado? ¿Los desmanes y excesos de unos pocos se han llevado por delante los principios y valores que han inspirado la construcción europea?  Tal vez, en lugar  seguir los fríos e inmisericordes dictados de los mercados, Europa y el mundo deberían volver a hacer Política con mayúsculas, buscando fórmulas para lograr lo necesario, que no es otra cosa que buscar la mayor felicidad y bienestar de los ciudadanos.

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