Mucha comisión y ninguna solución

11/04/2018

Luis Díez.

A la espera del debate de Presupuestos, decisivo para la continuidad del Gobierno o el adelanto electoral, el Congreso de los Diputados se entretiene en sus múltiples comisiones y subcomisiones de investigaciones, análisis y estudios. Y, de paso, se divierte. Una comisión estudia la reforma educativa. Su principal novedad fue hace dos meses la retirada de los socialistas como medio de presión para garantizar al menos un 5% del PIB en los presupuestos anuales del Estado a la enseñanza. Muchos criticaron la actitud poco o nada constructiva del principal partido de la oposición, pero aquella decisión ha sido eficaz si tenemos en cuenta que el ministro Iñigo Méndez de Vigo acaba de asumir el porcentaje.

Otra comisión se iba a encargar de la reforma de la Constitución, comprometida por Mariano Rajoy con Pedro Sánchez como vía para encauzar la dañina situación provocada por los nacionalistas en Cataluña y en el resto de España, pero aquí los socialistas han pinchado en hueso sin arrancar tajada a la pata puerco neoliberal como pretendían con la ampliación, como derechos inalienables, de la sanidad, la vivienda, la igualdad de género y las pensiones. A lo último esa comisión se dedica al estudio de la distribución territorial del poder político e institucional y pare usted de contar.

Otra subcomisión analiza los efectos del Brexit, otra busca productos (legislativos) de higiene democrática, otra estudia el problema de los militares de tropa y marinería profesional que a los 45 años han de dejar las Fuerzas Armadas, no por cobardes, sino por viejos. «¡Manda huevos!» Que exclamaría el eminente Federico Trillo, de tan infausto recuerdo en el Ejército precisamente. Otra rumia lo ocurrido con la crisis financiera y económica. Otra da vueltas y vueltas a la sostenibilidad del sistema público de pensiones sin que el Gobierno aporte una sola idea de futuro ni siquiera acepte la demanda de los sindicatos de que las «bonificaciones» y «tarifas planas» de las cotizaciones sean compensadas con impuestos ni, mucho menos, la vuelta de la revalorización de las pensiones al IPC, que es lo justo, lógico y natural.

De comisiones vamos sobrados. De soluciones, ni una. Decía antes que el Congreso se divierte. En realidad nunca han faltado tipos divertidos entre sus señorías, ya fuera el pícnico «naranjito» (Vicente Rodríguez Lizondo), ya aquel troneras Sagaseta, ya el ocurrente Pío Cabanillas (padre) y tantos otros que, como el inigualable demagogo y productor de titulares de prensa Antonio Romero, acumula el magín del cronista. Suministra el divertimento en esta legislatura ese «enfant terrible» que un partido político histórico como es ERC ha elevado a la categoría de portavoz, Gabriel Rufian, en detrimento de Joan Tardà.

Este Rufián no pierde la oportunidad de tildar de «mafiosos» a los dirigentes del PP y de proferir analogías entre el principal partido de la derecha y la novela de Mario Puzo, llevada al cine por Francis Ford Coppola y Robert Towne. Su principal mérito en la comisión de investigación parlamentaria de la financiación ilegal del PP consiste en demostrar que se sabe «El Padrino» de memoria. Las razones y detalles del dopaje dinerario del PP por la puerta de atrás le traen sin cuidado. Con caracterizar a los comparecientes como si fueran personajes del clan mafioso ya se divierte y suministra carnaza a los medios de comunicación, obligados a informar, comenzando por lo más atractivo y popular: lo que más «vende».

En nada beneficia a una labor que se supone seria la presencia de «investigadores», por llamarlos de algún modo, como ese Rufián. La verdad delictiva se busca en otra parte: los juzgados y la Audiencia Nacional. La comisión parlamentaria de investigación cumple un papel como instrumento de control, aclaración de las responsabilidades políticas y reproche o reprobación de los políticos en ejercicio que hubieren incurrido en las prácticas corruptas que perjudican a los empresarios honrados, a los trabajadores y a la sociedad en su conjunto. La devaluación de ese papel puede resultar tan sonora y divertida como absurda e inconsútil. Eso sin contar con que el mencionado Rufián comenzó a ganarse una oblea (término acuñado por el fino Nicolás Sartorios por no decir «una hostia») desde el momento en que, en el primer pleno de la legislatura, tildó de asesino a Felipe González, calificó al PSOE de «Iscariote» y llamó «Richelieu» a Susana Díaz antes incluso de que pidiera la cabeza de Pedro Sánchez. Pero no hay prisa: el que la sigue la consigue.

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