‘En la fundación’: Las leyes de la fantasmagoría

13/04/2018

Luis del Amo. La Joven Compañía aborda un Buero tardío, en versión de Irma Correa.

Un problema técnico de primer orden se plantea con la representación de En la fundación. Un problema al que no es posible aludir aquí sin destripar algunas claves de esta obra casi homónima de Buero Vallejo. Pero que debe presentarse a continuación si se quiere hacer valer este comentario en torno a la versión – notable – de La Joven Compañía sobre la creación original del dramaturgo de Guadalajara.

Y este problema no es otro que el del punto de vista. ¿Es lícito ‘engañar’ al espectador y hacerle pasar por realidad – representada – las alucinaciones de uno de sus personajes? Esa es la apuesta de Buero. Y esa es la premisa fundamental que guía el texto, y la representación de esta obra, quizás demasiado preocupada por aspectos técnicos, que un ya encumbrado Buero dio a las tablas en los albores de la Transición española, en 1974.

La obra se divide en dos mitades. En la primera de ella, los cinco personajes centrales se presentan como investigadores, becados en una institución, La Fundación, donde desempeñan su trabajo. Sin embargo, ciertos elementos llaman a desconfiar de estas apariencias. La presencia de algunos personajes, como Berta – el único femenino –, cuya existencia es puesta en duda por el resto. Un misterioso enfermo. O la naturaleza engañosa de diversos elementos y sucesos.

Hasta que, mediada la obra, la trama ofrece un giro brutal. Para que el espectador acabe comprendiendo, al mismo tiempo que Tomás, su protagonista, que aquel espacio es en realidad una cárcel. Y que los investigadores son verdaderamente reclusos, que esperan el cumplimiento de la pena de muerte en la citada institución.

Aires de parábola

No faltan sobre el escenario algunas de las constantes temáticas del teatro de Buero. Como la dialéctica entre dos tipos de personaje, los activos y los pasivos. O el valor de la creación artística. O el simbolismo de las relaciones amorosas. Así como la opresión que ejercen los fuertes sobre los débiles. Una honda combinación, en suma, de teatro social y metafísico, que Buero presentó a lo largo de los años, muchas veces envuelto en un aire de parábola.

Una partitura, adaptada por la dramaturga canaria Irma Correa, sobre la que su director, José Luis Arellano, cabalga con brío, mostrando una vez más su buen hacer en el manejo de recursos técnicos, como en aquella excelente aparición fantasmal de Berta: si bien, para mi gusto, se echa en falta una mayor diferenciación entre la fantasmagórica primera parte, y la segunda, más real (quizás traicionando el espíritu de Buero, eso sí).

En suma, una buena versión que premia además, entre sus intérpretes, con un papel protagonista a Víctor de la Fuente después su excelente aportación en La isla del tesoro, y que firma aquí, junto al resto de sus compañeros, una meritoria actuación, especialmente si se tiene en cuenta la juventud del elenco, de algún modo incompatible con las honduras de Buero; y sobre los que destaca, a mi gusto, el escurridizo Max compuesto por Álvaro Caboalles.

Un Buero metafísico y, si se quiere, distópico, que, por encargo de la Comunidad de Madrid, sirve a La Joven Compañía para investigar así las leyes de la fantasmagoría.

Recomendable.

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