La noche de san Juan era (en pasado) una de las fiestas más populares de Catalunya (y en muchas otras zonas donde se celebra la pagana llegada del solsticio de verano). El acto central eran las hogueras en la calle. Era una actividad colectiva que servía para cohesionar el espíritu de barrio. “Doneu-me un tros de fusta per cremar” (dadme un trozo de madera para quemar) canta Serrat. Y es que desde los días previos a la fiesta todo el barrio colaboraba en la recogida de trastos susceptibles a arder: muebles viejos, cajas de madera, objetos inservibles que servían para alimentar la hoguera.
El fuego era el acto central de la fiesta, después había verbena (es la noche, según las estadísticas, que aún ahora se hacen más niños) con los petardos, las cocas, el cava, las fiestas públicas o privadas, el baño al amanecer y el chocolate con churros. Esto aún existe, pero los cruces de las calles están huérfanas de hogueras. Desde hace algunos años el ayuntamiento de Barcelona (y de muchos otros municipios) ha restringido al máximo los permisos para realizarlas para evitar incendios. Este año no pasan de la quincena las hogueras autorizadas.
¡Qué lejos quedan los tiempos en que en cada esquina había una hoguera, a cual mayor, donde el barrio se concentraba y confraternizaba¡. Claro que ahora las “tiendas de siempre” han ido dejando paso a las grandes áreas comerciales o a los impersonales cadenas de supermercados donde nadie conoce a nadie y la actividad social se reduce al mínimo.
Pese que en la web del ayuntamiento de Barcelona destacan que las hogueras son las grandes protagonistas de la fiesta, en la práctica las han prohibido y las que aún se hacen son clandestinas y los bomberos, ante los abucheos de la concurrencia, son los encargados de apagarlas. Quizás son justificables las restricciones municipales impuestas para acabar con esta tradición ancestral. Sin embargo muchos lamentan su desaparición.
Ahora la verbena de san Juan tiene otro significado aparte del fuego purificador que marcaba el cambio de solsticio: es el punto de partida de unos meses que nuestros hábitos van a cambiar positivamente. Si antaño era la fiesta de despedida –o de llegada- de la burguesía catalana que en esta fecha iniciaba su veraneo en su segunda residencia (y veranear, a principios del siglo pasado, quería decir no regresar hasta bien entrado septiembre), actualmente es el inicio de un periodo de relajación donde el espíritu vacacional se respira en los ambientes laborales, aunque la “gran evasión” no se produzca hasta el mes de agosto. Pero a veces la proximidad y la planificación de los días de holganza es más placentera que las mismas jornadas festivas (que no siempre salen como se habían soñado). Este clima cuasi festivo se palpa. Incluso el desayuno con los encierros de los sanfermines, primero, y para muchos el seguimiento del Tour en la hora de la siesta es un preámbulo de los días festivos que nos esperan.
Aunque hoy, por desgracia, las vacaciones para demasiados sólo son unos días más de paro.
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