‘La llamada’: Los misterios del éxito

11/05/2018

Luis del Amo. La obra de 'Los Javis' sigue llenando el Lara en su quinta temporada.

La llamada, una crónica del despertar sexual y espiritual escrita y dirigida por Javier Calvo y Javier Ambrossi – ‘Los Javis’, profesores de interpretación en el popular concurso Operación Triunfo – sigue llenando el teatro Lara. En su quinta temporada, y después de vender sus derechos para México (quizás también a Chile y Argentina), y, sobre todo, tras alzarse como el trampolín para la realización de una de las películas revelación de 2017 –premio Goya incluido–, el musical tiene asegurada su presencia hasta junio en el céntrico teatro de la capital.

El incuestionable éxito del musical retrata la historia de madurez de María y Susana, dos jóvenes que tratan de burlar al tedio mientras languidecen en un campamento de verano regentado por religiosas, y que terminarán, sin proponérselo, por hallar cada una el sentido de sus vidas.

Para ello, el planteamiento teatral se vale de cinco personajes, en representación por un lado de las dos jóvenes protagonistas, y por otro de un par de religiosas, y hasta del mismísimo Dios. Un elenco enriquecido por un grupo de rock que va punteando con sus canciones las evoluciones del musccial.

Pobre argumento

Llama la atención en primer lugar la escasez de acontecimientos que nutren el argumento de la pieza. De hecho poco se puede contar, si no se quiere destripar la representación. Tan solo que las muchachas traban contacto con dos monjas. Y que una de ellas recibe, por la noche, visitas de Dios. Una deidad que la engatusa con canciones de Whitney Houston, la popular dama del soul de los años 90.

Dicho esto, hay que añadir que el espectáculo, icono de la modernidad, se sostiene sin embargo sobre patas muy antiguas. Por un lado, sobre el fulgor sexual de sus protagonistas Nuria Herrero y Susana Abaitua (a turnos con otras actrices). Y por otro en las morisquetas de un par de graciosas, muy bien construidas por un lado por Alicia Orozco y sobre todo por una excelente Erika Bleda, que, además de cantar maravillosamente, no rehúye, en su magnífica encarnación de una monjita remilgada, a esgrimir algunos recursos, como el torcer la pata, que elevaran a los altares del fervor popular a la desaparecida Lina Morgan.

Y poco más. Eso, y algunas canciones, que los actores salvan como pueden, de forma muy meritoria en el caso de Richard Collins-Moore, un Dios muy marchoso, claro. Eso. Y sobre todo, el público, que acude en masa al teatro (colegios enteros) para celebrar, entregado, el esplendor de la carne y el triunfo del amor.

Que siga la fiesta.

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