Adios, Rajoy; hola Sánchez

01/06/2018

Luis Díez.

Con la votación de la moción de censura este 1 de junio en el pleno del Congreso comienza la mudanza en La Moncloa. «Ese señor del que usted me habla» habrá sido expulsado de la jefatura del Gobierno por la mayoría de los representantes del soberano. Su negativa a asumir la responsabilidad por la corrupción de su partido y a presentar una dimisión que hubiera permitido a la derecha salvar los muebles con un nuevo presidente o presidenta (Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal y Alfonso Alonso, entre otros) capaz de armar una coalición con C’s, ha catapultado al socialista Pedro Sánchez a la jefatura del Gobierno.

El paso del tiempo, que Rajoy siempre ha considerado el mejor aliado para resolver los problemas mediante la técnica del olvido y el aburrimiento ha jugado esta vez en contra suya. El de Pontevedra ni siquiera tuvo la deferencia de perderlo en el banco azul, escuchando, la tarde del jueves, a los portavoces de los distintos grupos. En cuanto conoció la decisión del PNV de apoyar a Sánchez, se retiró a almorzar en un restaurante cercano al Congreso y ya no regresó al hemiciclo. Rajoy es un hombre de sobremesa y siesta.

El dirigente del PSOE, Pedro Sánchez, le pidió hasta en doce ocasiones que evitase la censura del único modo posible: dimitiendo y pasando el testigo a otra persona del PP. Sánchez mantuvo un buen tono. Demostró que no es el coco que asusta a los mercados ni incrementa el precio de la deuda. Su moderación provocó incluso los aplausos del PP cuando anunció que, naturalmente, respetará los Presupuestos del Estado aprobados la semana pasada en el Congreso y pendientes de ratificación por la mayoría absoluta del PP en el Senado. Vale recordar que aunque los rechazasen entrarían igualmente en vigor y ahorrarían tiempo en su ejecución, pues no es Cámara legislativa. El anuncio satisfizo especialmente al PNV, cuyo consejero de Economía, Pedro Azpiazu estuvo el miércoles en Madrid y no se sintió impresionado por la descripción que le hizo el ministro Cristobal Montoro sobre las consecuencias negativas del apoyo a la moción.

Ese respeto a unas cuentas del Reino que los socialistas no comparten debía de haber servido a Albert Rivera, mucho más español de lo que su nombre indica, de banderín de enganche para sumarse a la nueva mayoría parlamentaria. Si no lo hizo es porque alberga la estrategia de minar al PP hasta las próximas elecciones y, llegado el caso, de coaligarse para gobernar. La coalición entre conservadores y liberales es una fórmula tan conocida que a nadie puede sorprender.

Los demás compromisos de Sánchez, una vez jure el cargo y forme el equipo de gobierno con personas afines a su partido (la mitad serán mujeres, dijo) se resumen en la aplicación de las proposiciones ya aprobadas por la mayoría del Congreso en los dos escasos años del último mandato de Rajoy: modificación de la ley mordaza, enmienda de la reforma laboral y del sistema de pensiones y de la dependencia, diálogo bilateral con Cataluña y negociación con los demás gobiernos autonómicos y acuerdo con las demás fuerzas políticas para la convocatoria electoral. Quizá cabría explorar la opción de celebrar todos los comicios al mimo tiempo, con el consiguiente ahorro para las arcas públicas y la siempre propicia reducción del voltaje propagandístico y el mareo del personal.

Si consideramos que el dinero es la leche materna de las campañas electorales para acceder al poder, manejar los presupuestos públicos, decidir la cuantía y el uso de los impuestos y, de paso, en el caso de una legión de políticos del PP, forrarse personalmente, la necesidad de «pasar página» de la corrupción y recuperar la credibilidad de las instituciones y de la política, debería llevar al nuevo presidente Pedro Sánchez a no desperdiciar ni una sola oportunidad ejemplarizante. Unos le llaman «katarsis» y otros honradez.

En los bares se preguntaban algunos simpatizantes y afines del PP si Sánchez tendrá que dimitir cuando salga la sentencia de los EREs en Andalucía, aquellos 800 millones de euros que durante diez años se repartieron alegremente y con muy poco rigor a empresas en crisis para que realizaran expedientes de regulación de empleo, ajustaran plantillas y mandaran a los trabajadores al paro. Quizá olvidan que los presidentes andaluces Manuel Chaves y José Antonio Griñán dimitieron (algo que nunca haría Rajoy) y que el propio Sánchez les instó a que abandonaran los escaños en el Congreso y el Senado.

Hora va siendo de poner a cada cual en su sitio y exigir ejemplaridad como primer valor del ejercicio didáctico de la política. ¿Cómo pedir conductas de oro a los trabajadores y a la sociedad en su conjunto cuando los granujas y sinvergüenzas campan a sus anchas por los despachos oficiales, corrompiendo todo lo que tocan? Ya venía en el Deuteronomio el lema: «Otro mundo es posible». Y, para empezar, otro Gobierno con un político limpio al frente, también.

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