El verdugo de su propia muerte

01/06/2018

José María Triper.

A diferencia del monje Paulo en El Condenado por Desconfiado, el afamado drama teológico de Tirso de Molina, a Mariano Rajoy le ha condenado la confianza, reforzada también con una reiterada obstinación contraria a ese sentido del Estado del que siempre, y también ahora, ha presumido. Dos atributos que le han llevado a convertirse en el verdugo de su propia muerte.

Confianza en su estrategia de laissez faire, laissez passer, es decir dejar pasar los acontecimientos esperando a la puerta de casa para ver pasar el cadáver de su enemigo y que tan buenos resultados le había dado.  Confianza en unos asesores que parecen haber perdido el norte. Confianza en la palabra dada por quien el consideraba “un partido serio” como el PNV y confianza en la “lealtad” –también la calificó así- de un Pedro Sánchez que se la había ofrecido pero sólo para hacer frente común al desafío catalán.

Y obstinación en el “yo sigo” que hizo famoso a Joe Rigoli en la década de los setenta, que ha sido la causa última de su derrota en una moción de censura que pasará a la historia por ser la primera que triunfa en nuestra democracia y que hubiera podido evitarse con una dimisión que casi todos, menos él y sus incondicionales, veían como la solución lógica y menos traumática para los intereses de España y de su propio partido tras la durísima sentencia del caso Gürtel y el encadenamiento de casos de corrupción, denuncias y condenas que han sacudido al Partido Popular especialmente en las últimas semanas.

Si hubiera hecho gala de pragmatismo y servicio a los intereses nacionales, Mariano Rajoy debería haber dimitido nada más conocerse la sentencia de Gürtel, y de no haberlo hecho, como sucedió, durante el propio debate de la censura evitando así llevar a España a la temeraria inestabilidad de un gobierno frankestein apoyado por los populistas, los antisistema, los enemigos del Estado y los herederos de los terroristas.

Hasta siete veces, si no he contado mal, le pidió Pedro Sánchez a Rajoy que dimitiera en el transcurso del debate para que “todo acabe aquí”. Pero no. Mariano planteó la moción de censura como un dilema entre el “yo o el caos” sin darse cuenta de que, en este caso lo uno llevaba a lo otro irremediablemente. Rajoy ha sido el artífice de su propia muerte y con ella de poner en grave peligro la estabilidad política, la recuperación económica, la integridad territorial y la paz social. Ese es el legado que deja un hombre que sacó a España de la crisis económica pero que lamentablemente pasará a la historia como presidente de la corrupción y, esperemos, que no sea también el del desastre.

 

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