“Cuatro puntos cardinales del cambio de gobierno y una propuesta de reforma electoral»

08/06/2018

Teodoro Millán.

Existen cuatro puntos cardinales de este cambio de gobierno que no se suelen destacar en la multitud de comentarios que aparecen en los medios y plataformas de intercambio de opinión. El primero, y posiblemente el más relevante, sea el hecho extraordinario de que el cambio de gobierno se ha efectuado en tan solo cinco días. El último nos llevó diez meses de gobiernos interinos y varios amagos de repetición de elecciones, con el consiguiente coste y agotamiento de los diversos agentes del sistema, comenzando por los electores. El último cambio de gobierno autonómico, recién concluido en Cataluña, ha exigido ocho meses. Por tanto, resulta especialmente singular la eficiencia con que se ha producido el actual proceso. Una eficiencia que debiera marcar la tónica del futuro y que, en este caso, ha conllevado un importante ahorro, tanto económico como de esfuerzo, al haberse omitido los consabidos procesos de pre-campaña y campaña electoral. Procesos que comienzan a resonar con ecos de un pasado que tal vez encaja mal en la era de la simultaneidad y la IA, al menos en su formato actual.

El segundo punto cardinal queda eclipsado por el número de mujeres en el gobierno. No creo que este sea el hecho más relevante de este equipo de gobierno, por mucho que resulte llamativo y sea bien recibido. En mi opinión, es más reseñable el que dicho equipo de gobierno haya estado dispuesto a aceptar la invitación a sumarse al proyecto de Pedro Sánchez. Una señal de compromiso con una situación y un momento político especialmente sensibles y cargado de incógnitas respecto a su duración y a su capacidad de acción. Dado que el equipo ha sido recibido con comentarios positivos desde varios ámbitos del espectro político, se supone que muchos de los nombres que lo integran acarrean un peso específico propio. Desde luego, en varios casos se trata de personas con trayectorias profesionales de gran éxito fuera del ámbito de la política, que difícilmente van a comprometer en una aventura en cuyo resultado no crean sinceramente.

El tercer punto se puede sintetizar en un tuit reciente de Carlos Rodríguez Braun; “Antes, los socialistas ganaba las elecciones para llegar al Gobierno. Ahora, llegan al  gobierno para ganar las elecciones”. Efectivamente, este cambio de gobierno, en su posible y supuesta interinidad, tiene más de ejercicio de demostración que de ejecución. Me explico, Pedro Sánchez, al designar a este gobierno, está haciendo una exhibición de lo que serían sus planes caso de ganar las próximas elecciones generales. Por lo tanto, estamos asistiendo a algo realmente innovador en política; el que un candidato muestre su elección de equipo de gobierno antes de ganar las elecciones. Es más, antes de presentarse a ellas.

Pues bien, esta idea me resulta especialmente atractiva. Creo que puede ser tanto más relevante el conocer el equipo del que espera rodearse un candidato a ocupar la presidencia, que su programa. Y además de relevante, más efectivo a la hora de comunicar: Al fin y al cabo, los programas electorales son palabras que quedan al albur del viento; como es bien sabido, nadie se los lee y su grado de cumplimiento es errático y pobre. Una iniciativa interesante de la fundación Transforma España ha intentado poner en marcha un sistema de evaluación del realismo y coherencia de los programas de los partidos, pero desgraciadamente ha alcanzado escaso eco. Probablemente porque los propios partidos son los menos interesados en someter sus programas al escrutinio profesional de un tercero. En cambio, los ministros comprometidos en una aventura de gobierno se juegan algo más que el clamor de los votantes. Tiene en juego su prestigio profesional, cosa que más de uno ha perdido en el pasado. En tal sentido, es relevante que los ministros sean profesionales reconocidos y capaces, más que militantes de los partidos.

Cara a las próximas elecciones, creo que sería muy práctico e interesante que los candidatos adelantasen el equipo con que piensan ejecutar su plan de gobierno, o al menos sus principales figuras. Esto, no solo añadiría transparencia e información al proceso de campaña electoral, sino que pondría presión en los candidatos para esforzarse en reclutar para sus filas lo mejor de talento que pudiesen recabar. Como en los clubs de futbol, la competencia comenzaría en las alienaciones y los votantes podrían disponer de una información relevante a la hora de apostar. Porque es muy difícil hacerlo a ciegas, por una idea en abstracto y un candidato, en vez de hacerlo por un equipo de gobierno. Como bien ha demostrado la alineación de Sánchez y se ha reflejado en múltiples comentarios públicos, más de un votante podría tomar la decisión pragmática de dar su voto no a un partido o a un programa, sino a los responsables de ejecutarlo. Y ya se sabe que, una vez ganadas unas elecciones, los candidatos tienden a seleccionar a los ministros que más les conviene a ellos o a su partido, muchas veces lastrados por compromisos heredados, pero difícilmente al electorado.

El último punto a destacar del cambio de gobierno es que ha venido a mostrar el funcionamiento del orden institucional. Es llamativo cómo, en un corto espacio de tiempo, el sistema electoral y constitucional ha puesto a prueba varios de los mecanismos a implementar en situaciones extremas; desde la abdicación del rey en 2014, pasando por la interinidad del gobierno de la XI legislatura, ante la ausencia de un partido con mayoría para formar gobierno en 2015-2016, la aplicación del artículo 155 en Cataluña en 2017, y ahora la actual moción de censura de la semana pasada. Todas ellas, situaciones novedosas en la democracia española, que han puesto a prueba por primera vez los mecanismos del sistema, mostrando sus deficiencias a la vez que probando, afortunadamente, su eficacia última.

De estos cuatro puntos cardinales se pueden obtener dos conclusiones objetivas; la primera es que el sistema es perfeccionable, y a la luz de su historia reciente no debiera ser difícil decidir qué medidas sería recomendable introducir. Curiosamente, no existe nada parecido a los llamados tests de stress del sistema bancario respecto del sistema de ordenación política, algo que podría resultar sumamente interesante acometer y serviría para minimizar los costes que el sistema impone al país, e incluso para evitar algún desagradable susto en el futuro.

La segunda conclusión, igualmente objetiva, es que vamos camino de pasar de El año que Vivimos Peligrosamente a Fellini 8 ½. Tras 38 años de un sistema de alternancia de partidos mayoritarios (hasta el año 2015) hemos alcanzado la mayoría de edad democrática al inaugurar, en la anterior legislatura, una situación que requiere de pactos y acuerdos múltiples además de continuos para gobernar, algo normal en muchos países de nuestro entorno. Esta situación exige de un tipo de políticos para los que su labor comienza, y no termina, el día que acaban las elecciones generales, tanto a nivel nacional como de la UE. Esto cambia el perfil necesario de dichos políticos. Se requiere profesionales capaces de lidiar con el día a día de una legislatura en que su respaldo parlamentario, lejos de estar asegurado, se lo hayan de trabajar sin descanso. Algo incomodo para el político y más propio de la figura del empresario enfrentado a la competitividad de los mercados y forzado a actuar con la eficiencia que permitirá su supervivencia. Se ha de combinar así la lealtad a los idearios programáticos, que se supone movilizan a los votantes, con las pragmáticas exigencias de las coaliciones parlamentarias que permitan sostener un gobierno. Al igual que en las mesas de negociación de la UE, la negociación de consensos y alianzas es labor del día a día.

Más que defender la superioridad de este modelo me limito a señalar la realidad de su existencia. Sin duda, como en otros casos en el pasado, los electores sabrán identificar estas demandas y las traducirán en exigencias. Es labor de los políticos saber anticiparse y adecuarse a ellas.

 

 

Teodoro Millán

 

 

 

 

 

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