Nada nuevo bajo el sol; la balsa de la Medusa y el zozobrar de Europa

13/06/2018

Teodoro Millán.

Nada hay nuevo bajo el sol; Europa ya ha sufrido en el pasado otro caso tristemente famoso como el de la nave Aquarius, cargada con 629 náufragos, en busca de un puerto que los acoja. Théodore Géricault representó en su famoso cuadro Le Radeau de la Méduse, el horrible naufragio de la fragata francesa Medusa en las costas de Mauritania en 1816. El cuadro, que se encuentra entre las veinte piezas que el museo del Louvre clasifica de imprescindibles para el visitante, está considerado una obra maestra y marcó el paso del neoclasicismo al romanticismo, dando lugar a intensas polémicas al exhibirse por primera vez en el Salón de París de 1819. En aquella ocasión, se trató de un naufragio en que se dejó a la deriva una balsa improvisada, medio hundida y escasa de provisiones. Una mano anónima cortó la amarra con los botes que la remolcaban y la dejó a la deriva durante dos semanas. Sobrevivieron apenas una docena de las 1.471 personas que trataron de salvarse en la balsa improvisada. Hoy parece como si el fantasma de aquella mano maldita amenazara con recuperar su tétrico protagonismo.

No es imposible pasar por alto el hecho de que, antes que nada, estamos ante una emergencia que pone en juego la vida de más de seiscientas personas. Y como en toda emergencia, primero toca actuar y luego abrir un debate o una investigación sobre el problema de fondo que ha provocado tal situación. Dejar que mueran, o jugar con la vida de las personas, porque existan posibles efectos secundarios, no solo es mezquino. Resulta espeluznante en esta era que se platea el apostar por coches sin conductor, delegando las decisiones sobre nuestra supervivencia ante situaciones complicadas. Difícil pensar que estemos mejor en manos humanas cuando estas son egoístas e insensibles

Y tras la emergencia, subsiste la situación de fondo. Sorprende cómo puede darse una distancia tan radical entre el valor estético de una obra de arte y su contenido. La obra sobrevive a la intencionalidad de su autor y permanece por encima del mensaje que encierra, que parece necesitado de volver a difundirse. Pero aún más sorprendente resulta la ausencia de conocimiento y sensibilidad de aquellos que se vanaglorian del legado cultural europeo, a la vez que deciden desentenderse de una situación de extrema necesidad como la del Aquarius. Una extraña forma de esquizofrenia que asalta a unas sociedades que han crecido al amparo de la cultura del humanismo, ligada al concepto de sociedad abierta que triunfó sobre las sociedades cerradas, que tan horribles recuerdos y malos resultados han dejado en Europa.

Qué duda cabe que si el Aquarius, en lugar de transportar náufragos-inmigrantes, llevase una carga de náufragos-europeos, la solidaridad habría operado de muy distinta forma. Porque, para muchos, parece ser más fácil la solidaridad con el vecino idéntico que con el distinto de uno mismo. Lo que solo pone de manifiesto que la identificación de hermandad, en las antípodas del racionalismo y de la doctrina cristiana de la que emerge Europa, se puede atornillar a la raza, cuando no a la clase social o a a la hinchada del equipo de futbol de turno. Curiosa forma de olvidar los propios orígenes y más curiosa de negar el multiculturalismo que hoy vivimos y no va a dejar de crecer.

Desgraciadamente, no es obligado retroceder tanto como en el caso de la Medusa para encontrar otros movimientos xenófobos en Europa. Movimientos que buscaban el pararrayos de sus desgracias en la culpabilización de algún grupo social. Paradojas de la historia, hoy son los inmigrantes norteafricanos, en su mayoría árabes y musulmanes, los que están sufriendo el prejuicio que en el siglo pasado se aplicó a los judíos. La historia se invierte y se repite, más como ironía que como comedia, siguiendo a Hegel; otra forma de prolongación del drama. El otro, el extraño, el peligroso, el no aceptable, parece ser, antes que nadie, el condenado; el inmigrante. Antes lo fue el Dreyfus de turno.

Afortunadamente, Europa supo reaccionar en el pasado y lo está volviendo a hacer. En primer lugar, la intervención oportuna de España ha evitado una catástrofe que a todos nos hubiese salpicado. La decisión de Pedro Sánchez, indudablemente no exenta de oportunismo político, tiene a su favor dos argumentos imbatibles: El primero es haber llegado oportunamente para evitar un drama. El segundo, su eficacia como arma política, que ayuda a restituir a España parte de su dañado prestigio internacional.

No así la postura de ministro italiano de interior, Matteo Salvini, que además de instrumentalizar la situación para denunciar sus problemas con la inmigración ante la UE, ha proyectado una imagen de egoísmo, nacionalismo y xenofobia difícil de olvidar.

En segundo lugar, parece que Europa ha decidido plantearse con seriedad el tema de la inmigración y los refugiados. Está ya claro que se trata de problemas que carecen de soluciones sencillas. Pero existe también suficiente información para ayudar en la toma de decisiones inteligentes. Decisiones que no serán simples ni unívocas y donde Europa deberá actuar con unidad para lograr resultados eficaces. De hecho, parte de esa información es pública, y quien se sienta realmente afectado por el tema puede informarse adecuadamente.

Entre las conclusiones basadas en la información acumulada durante años (ver Mitos de la inmigración; gran parte de lo que creemos no es cierto de Hein de Haas, del International Migration Institute de la Universidad de Oxford, traducido recientemente en ctxt) tal vez la más curiosa sea, por contra-intuitiva, el cómo las sociedades cerradas fomentan la inmigración permanente frente a la temporal, y la inmigración ilegal (que no deja de darse por el cierre de fronteras) frente a la legal y controlada, con el efecto de no lograr reducir la migración total. Las estadísticas indican también otros dos hechos relevantes; que estamos en porcentajes marginales de población que bien repartidos podrían diluirse con facilidad en el conjunto europeo (en la UE solo hay un 0,4% de población refugiada, estando la mayoría de los refugiados, el 86% del total, concentrada en países ajenos a la UE); y que la inmigración es procíclica, moviéndose con las fases positivas de los ciclos económicos de los países receptores, o, dicho en otros términos,  que cuanto más mejore el crecimiento europeo, mayor inmigración recibiremos.

Por otro lado, es evidente que la situación de inestabilidad provocada por los conflictos bélicos de la cuenca mediterránea, no siendo la responsable principal ni única del repunte de cifras de inmigración, afecta al número total de refugiados. En la medida en que el occidente desarrollado interfiera en las situaciones internas de los países de la cuenca mediterránea, no parece lógico que pueda inhibirse de sus consecuencias. Tampoco sirve interferir a medias e inhibirse a medias. Y es que, al final, querámoslo o no, estamos abocados a ser parte de la solución. De nosotros depende, en gran medida, que el transito hacia nuevos equilibrios sea más o menos costoso para todos.

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