Rivera se precipita

14/06/2018

Luis Díez.

Se equivoca quien piense que las urgencias solo son hospitalarias; de pronto, todo es urgente. Lo que más prisa corre al partido de Albert Rivera es la convocatoria de elecciones generales en cuanto termine el periodo de sesiones. Lógico. Quieren sorprender al PP manga por hombro, sin tiempo de enfundarse el nuevo traje de señora o de caballero. De ahí su decisión de aprovechar el primer instrumento parlamentario en curso, una moción sobre el Instituto Cervantes, para añadirle un punto con su reclamación electoral. El debate fue visto y no visto. Ciudadanos sólo obtuvo el apoyo de los dos diputados de Unión del Pueblo Navarro (UPN), cuyo portavoz, Salvador Armendariz, manifestó su horror a los separatistas, como si la mayoría de éstos no fueran producto de los separadores y reflejo de una crisis económica y social que la derecha política ha hecho recaer mayormente sobre las clase media trabajadora y laboral.

Con todo, el episodio parlamentario sirvió para dos cosas: una, para emberrechinar a Juan Carlos Girauta, hombre de confianza de Rivera, cuando el portavoz socialista en materia de Cultura, Andrés Torres Mora, destacó la falta de coherencia de C’s: «Presentan una moción con ocho puntos, siete de los cuales están dedicados a decirle al Gobierno qué ha de hacer con el Instituto Cervantes, y el último a instarle a que convoque elecciones de forma inmediata. ¿No es maravilloso? Si el Gobierno hace lo que ustedes piden en el Instituto Cervantes, entonces no pueden convocar elecciones y, si convocan elecciones, entonces no pueden hacer las reformas en el Cervantes. ¡Qué hermosa contradicción! No digo que pretendan enloquecer al nuevo Gobierno, pero a estas órdenes contradictorias es lo que la Escuela de Psicología de Palo Alto llama el doble vínculo, situándolas en el origen de graves patologías psíquicas». Lo de Palo Alto (California) debió sonar a estacazo a Girauta, quien protestó: «Espero que sea la última vez que el interviniente bromea con enfermedades psíquicas». Y aunque la presidenta le negó la palabra por alusiones, abundó: «Centenares de miles de familias en este país sufren ese problema. Si tiene algo de decencia, retire lo que ha dicho». Más allá del ridículo de este Girauta, la segunda utilidad del efímero debate fue el deseo manifestado por el diputado de Compromís-IU, Ignasi Candela, de que las elecciones generales se celebren cuando tocan.

Aparte ese primer cañonazo del «bombardeo electoral» sobre Sánchez y «los 83 más uno del Grama», el presidente ha hecho bien en desprenderse del flamante ministro de Cultura y Deportes, Màxim Huerta, antes de que le achicharren. Las trampas fiscales, con litigio incluido, de ese Huerta no iban a pasar desapercibidas, sabiendo, como sabían que la mayor parte de las remuneraciones le venían de la productora del exministro de Asuntos Exteriores del PP José Manuel García Margallo, socio de la famosa presentadora (y plagista con «negro» impecune) Ana Rosa Quintana. Si la lealtad del personaje con Sánchez dejó tanto que desear como la de Lopetegui con sus superiores de la Federación Española de Fútbol al fichar con el Real Madrid por la puerta de atrás y permitir a Florentino Pérez colar el primer gol a La Roja, bien cesados están. Ni la astucia ni el camuflaje del poder para forrarse libran al zorro de su hedor, aunque se llame Urdangarín.

La primera semana parlamentaria con el nuevo Gobierno socialista ha registrado además el primer acuerdo de fondo en la Comisión del Pacto de Toledo: el compromiso de todos los grupos parlamentarios de que las pensiones de jubilación suban de acuerdo con el índice de precios al consumo (IPC), que era la «regla de oro» hasta que la mayoría absoluta del PP impuso, en momentos de baja inflación, aquel aumento ridículo del 0,25% para alardear de que los socialistas congelaban la paga y ellos la subían. También estos diez días han permitido a la nueva ministra de Trabajo y Seguridad Social, Magdalena Valerio, anunciar que mantendrá la reforma laboral porque la aritmética parlamentaria no permite equilibrar la balanza entre el trabajo y el capital. Todo lo cual se resume en que el capitalismo se halla, efectivamente, por encima de las ideologías y colores políticos, y seguirá tratando al personal, de acuerdo con las leyes del mercado, como la mercancía fungible que somos.

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