Narra la mítica película de John Sturges, la historia de siete implacables pistoleros, cada uno con una habilidad especial en el manejo de las armas, que son contratados por los habitantes de un pueblo mexicano para acabar con una banda de forajidos. Siete, un número cabalístico que se repite ahora en la carrera electoral abierta en el PP para ocupar la silla dejada vacía por Rajoy. Siete, sí; y con habilidades y argumentos diferentes. Aunque a diferencia de los protagonistas del western, aquí no todos son magníficos, al menos desde el punto de vista de las opciones con que cuenta o que se les otorgan.

Porque dejando a un lado las testimoniales candidaturas del concejal de la Font de la Figuera, Elio Cabanes, y de José Luis Bayo. La realidad de los apoyos y adhesiones corrobora que sólo tres: Soraya, Casado y Cospedal, son quienes realmente tienen opciones serias de triunfo.  Los dos Garcías, Margallo y Hernández, pese a sus méritos, no dejan de ser meros figurantes.

El ex ministro porque cuando el partido necesita sobre todo la unidad, el mismo ha reconocido que su candidatura es a la contra. Es decir sólo para intentar poner zancadillas a Sáenz de Santamaría por la que siente una profunda animadversión personal y política. Y la del portavoz en la Comisión de Exteriores del Congreso porque carece del conocimiento y la popularidad de sus tres principales oponentes.

Dicho esto el dilema está, como en la comedia de Bretón de los Herreros, en saber a quién de los tres tiene que elegir Marcela, representada en este caso por los militantes primero, y los compromisarios después, de un partido expulsado del Gobierno, en evidente retroceso en las encuestas, y que necesita una catarsis en la imagen, el proyecto, el programa y las personas.

Atendiendo a estas urgencias, la secretaria general y ex ministra de Defensa, que domina el aparato, no cuenta en cambio con las simpatías mayoritarias de las bases y a pesar de ser ella quien denunciara el caso Gürtel se ha visto obligada en demasiadas ocasiones a defender a demasiados imputados y a ser excesivamente blanda en sus condenas a la corrupción y a los corruptos. Además que la señora Cospedal tiene los pies de barro por vía conyugal.

Simpatía entre las bases y los votantes que si puede exhibir Soraya Sáenz de Santamaría, además eficacia, capacidad de trabajo y de gestión, aunque esta última se haya visto empañada a última hora por su administración en Cataluña durante el 155. Si decidieran los simpatizantes y los no afiliados seguramente sería la apuesta ganadora.

Y entre las dos mujeres poderosas y enfrentadas aparece la figura de Pablo Casado. Joven y suficientemente preparado, buen orador, con capacidad de aglutinar a todas las facciones enfrentadas y un mensaje ilusionante porque, quizás, es quien mejor puede encarnar esa renovación total que el partido necesita. De momento ha ganado en los avales y las denuncias sobre posibles irregularidades en su doctorado pueden ser un arma en contra o a favor. En contra porque el PP no se puede permitir concurrir a los comicios con un líder imputado, si finalmente se produce. Y a favor porque esas denuncias y la aparente conspiración pueden provocar una reacción de apoyo y solidaridad entre sus correligionarios y compañeros de partido.

Sea como fuere, el PP se enfrenta por primera vez a la elección de un líder que no ha sido previamente designado. Con elecciones y participación de la militancia. Un proceso parecido a las primarias que deben ser la meta. Y, si no, ahí tienen el modelo del PSOE, donde en un ejemplo de democracia interna eligieron las bases y, de momento, el elegido ya les ha instalado en el Gobierno. Por la puerta de atrás, sí; pero constitucionalmente tan legítima y tan válida como la de delante, y también con acceso directo a La Moncloa.