«Todos deberíamos dejar escrita nuestra necrológica», afirma el periodista y escritor Jesús María Amilibia. Y es exactamente lo que hace en «Una bala para el caballo herido» (Visión Libros, 337 páginas), dedicada «a mi amada mujer, Ketty Kaufmann, que murió pocos meses después de dar por terminado este diario», y que encabeza con una cita del maestro Leonard Cohen: «Te estás muriendo, pero no tienes que cooperar con demasiado entusiasmo en el proceso».

En esta estremecedora obra, testimonio descarnado de un doble enfermo de cáncer (su mujer sufrió esta enfermedad al mismo tiempo que él), Amilibia se confiesa: «soy un zombi que sonríe». «Sufro otra enfermedad cabrona: no sé vivir sin dejar rastro», escribe.

Pero también reconoce que «soy un suicida potencial, soy cobarde, un tipo que lo va aplazando todo, incluso la muerte, porque siempre tiene pendiente algo». Y que proclama que «el final es algo que siempre queda para mañana».

Recuerda Amibilia esa frase de Stevenson: «Muera un hombre a la edad que muera, morirá joven».

También afirma que «las cosas cobran vida cuando se las nombra». Y que «me estoy acostumbrando a ver la vida como una gran sala de espera».

Reflexiona: «El amor también es ignorar cosas. Y no preguntar».

Amilibia se adelanta a las críticas, que pueden considerar «Una bala para el caballo herido» un ejercicio de osbceno exhibicionismo: «Soy un exhibicionista que muestra sus células malignas sin pudor, que desnuda su mal sin pene ni pena. Sólo queda el exhibicionismo de escribir cuando se vive encerrado, porque la enfermedad, el mal, encierra y esclaviza»

«Ruego que no hablen mal de mí. Eso ya lo hago yo mejor que nadie», pide.