Una familia muy real

28/09/2018

Miguel Ángel Valero. Luis Reyes da en "Retrato de familia (Una novela de provincias)" una soberana lección de humor y de ternura al recordar las andanzas de sus ancestros.

La verdad es que da cosa empezar a leer sobre una marquesa que «le arrancó los ojos y la lengua y le cortó la mano al cadáver aún caliente de su hija».

Una marquesa que, al margen de tan macabras aficiones, regaló al autor el misal de la primera de sus dos Primera Comunión. «Es que yo hice dos veces la primera comunión, a los seis y a los siete años, aunque una en grado de frustación, como se dice en lenguaje forense», explica el autor.

El autor de este testimonio sobre su familia es Luis Reyes (Albacete, 1945), escritor («Movimientos de liberación en África», «IRA, 60 años de guerrilla», «Liborio o la mala vida de Efraín», Premio Albacete de Novela Negra 1998, «Viaje a Palestina», Premio Grandes Viajeros 1999, «Historias del África perdida», «Cartas de Orán», «El Camino español», «El Cardenal-infante, biografía en siete retratos») y periodista, enviado especial y corresponsal de guerra (El País, Informaciones, Madrid, Tiempo, Dinero, entre otras publicaciones), entre otras muchas actividades.

En «Retrato de familia (Una novela de provincias)» (Biblioteca Añil Literaria, 280 páginas), Luis Reyes avisa al lector prácticamente desde la primera página (bueno, en realidad, desde la décima) que «en esta historia vamos a encontrarnos más de una vez con lo grotesco, pero no en el sentido de gracioso o ridículo, sino en el de lo monstruoso que habita en las grutas de las personalidades desquiciadas, las grutas del delirio o la abyección».

Pero no se asusten. Es la historia de una familia muy real, casi unas memorias en las que cada página que se lee va aumentando la capacidad de asombro del lector hasta niveles antes inimaginables. Porque por «Retrato de familia (Una novela de provincias)» pasan personajes inolvidables, como Mamá Carlota, Sofía Blanc, o el inigualable y único José María Blanc, cuyo «pragmatismo le había permitido ser el último alcalde monárquico de Albacete y transformarse en republicano en cuanto llegó la República, manteniendo idéntico ideario liberal con una u otra etiqueta».

Y que protagoniza toda una novela de espías a cuenta de «un pequeño maletín de cuero  con funda de lona en el que lleva el oro familiar», y que tiene un insospechado final, pero no se preocupen, que no voy a cometer la tropelía de dar pista alguna sobre éste. Entre otras muchísimas peripecias que le suceden.

También es la novela que cuenta el duelo al sol entre los toreros Montero y Pedrés, que dividieron Albacete en dos mitades irreconciliables. O las malas artes de una directora de la Selección Escolar digna de ocupar un lugar privilegiado entre los que dirigieron los siniestros campos de concentración nazis. O el colegio donde “los alumnos de pago sufrían cotidianamente, en clase, la humillación de la inteligencia de los becarios. Teniendo en cuenta que esos humillados pertenecían a la elite del poder, las cosas no se podían dejar así. Había que humillar también a los becarios, para que no se creyeran que valían más que aquellos que estaban destinados a ser sus jefes”.

Y así una casi interminable relación de personajes, que se entrecruzan en las peripecias narradas por la memoria de Luis Reyes. Como los falangistas señoritos, entre ellos uno llamado Conejero, al que le pasa prácticamente de todo, o unos pilotos para los que la chaladura más modesta era practicar el vuelo sin motor al pasar por la casa de sus novias.

Especialmente logrado es el capítulo X, ‘Guía para vestir bien en provincias’, donde el pobre Luis Reyes sufrió la humillación de ser vestido con un pelele, que «era de una sola pieza, se abrochaba atrás y su principal y más ominosa característica era que la parte inferior no formaba pantalón, sino una especie de braga abullonada».

«En definitiva, el pelele tenía la naturaleza hermafrodita de las prendas de los niños pequeños, de los casi bebés, y yo sentía el bochorno de vestir aquella prenda tan poco viril, en el doble sentido de masculino y adulto que tiene dicho adjetivo», cuenta Luis Reyes. En la página 246 aparece una fotografía del autor con el infame pelele. Y desde luego se puede entender que haya quedado traumatizado (no se pierda el lector el sombrerito esquizofrénico que adereza la humillación).

Divertidísima (y eso que el listón ya estaba bien alto) es la historia de los jodhpurs, unos pantalones elegantísimos de inspiración india que el pobre Luis Reyes llevó a clase en la macabra Selección Escolar, con grave riesgo para su integridad física. Otro trauma para la posteridad.

Luis Reyes ha escrito una novela que puede ser el retrato más o menos fiel de cualquier familia, de provincias, por supuesto. Aunque creo que habrá muy pocas con esa conjunción de estrafalarios personajes y de las peripecias más desternillantes.

Aunque proclame «¡qué infructuoso, qué inútil ejercicio éste de revivir la memoria subjetiva infantil!», Luis Reyes nos da en «Retrato de familia (Una novela de provincias)» una soberana lección de humor, proximidad, complicidad y ternura al recordar las andanzas de sus ancestros.

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