Me resultó patética la intervención de Pedro Sánchez ante la Asamblea General de la ONU. No por el contenido de sus palabras si no por las numerosas butacas vacías que se veían en la sala, lo que es una prueba evidente del interés que despierta el presidente español entre los dirigentes mundiales. El papel de España en el contexto mundial no está precisamente entre los países que cortan el bacalao ni los que tienen influencia en el devenir político.

Tampoco es mejor la imagen el los medios de comunicación tanto estadounidenses como a escala europea. Ya reconocen todos que la batalla mediática del procés la ha ganado Catalunya pese a los chapuceros movimientos del Gobierno español (¿cabe recordar el premio periodístico para los corresponsales que dieran una buena imagen del país?) o las ridículas intervenciones de cónsules o embajadores en actos promovidos por los exiliados catalanes.

En otros campos también la visión del país se está deteriorando, desde la figura del hasta no hace mucho venerado papel del rey emérito hasta el papel de una justicia que ignoro si tiempo atrás estaba prestigiada, pero en los últimos meses ha caído en picado. No sólo por una serie de resoluciones que han sufrido serios reveses de los tribunales europeos si no, además, por la falta de respeto y las descalificaciones que destacados dirigentes políticos han hecho del sistema judicial europeo.

Además el resurgimiento de violentos nostálgicos del franquismo con la complacencia de determinados grupos políticos, aderezado estos días por la repetición de las imágenes represivas del referéndum catalán en el primer aniversario de su celebración no contribuyen precisamente a mejorar lo que llaman “marca España”.