Subpolíticos

03/10/2018

Luis Díez.

Mal negocio han hecho los nacionalistas vascos del PNV con Pedro Sánchez, aunque no por culpa del dirigente socialista, bastante más preparado, con don de lenguas, más ecuánime y posibilista que su antecesor, sino a causa de los “subpolíticos” catalanes que apoyaron la moción de censura y ahora andan como Damocles con la espada sobre la testa de Sánchez. El término “subpolíticos” define a esos mediocres caramboleros que sin llegar al escalón de la política como arte de lo posible han alcanzado el relumbrón del poder entendido como el manejo del dinero público. Cataluña, tan abundante en políticos florentinos, desvive ahora con la desgracia de una inmerecida división social provocada por esos pinches. Se apelliden Mas, Puigdemont o Torra, al que cariñosamente llaman Quim como ocultando su formación jesuítica y rebajando su talante xenófobo, supremacista, hispánofogo y ultranacionalista, esos herederos dactilares de Pujol han hecho mucho daño a la sociedad catalana con un dogmatismo patriótico, sentimental y seudoreligioso propio de los años treinta del siglo pasado. Su manejo de los sentimientos más elementales de la gente les coloca en la esfera de esa “posverdad” que ignora la realidad pero crea otra mucho peor porque se sustenta en la manipulación, con todo el estrépito de la marcadotécnia, la propaganda y las redes sociales.

En ese fenómeno tan viejo como el mundo poco tienen de “honorables” y mucho de necios (sin necesidad de citar a Trump) esos subpolíticos empeñados en empequeñecer y empobrecer a Cataluña. El vasco Unamuno diría que desprecian lo que ignoran, incluida la sociedad en la que viven (muy bien) y de la cual cobran su estipendio. Sus parámetros intelectuales son minúsculos y se hallan deformados por el feroz egoismo conservador (no confundir con tradición cultural) del que maman. La división a la que insisten en arrastrar a la sociedad catalana, con la inestimable ayuda de los dirigentes españoleros, los convierte en candidatos a la novena fosa del infierno, a la que van a parar los sembradores de cismas y discordias. Los catalanes no subyugados podrían mandarles a la infernal Judeca o a las fosas dantescas de Maleborque, que es donde acaban los que traicionan a la gente y los cainitas, respectivamente.

Decía al comenzar esta crónica de una semana sin pleno en el Congreso que el PNV había hecho mal negocio al respaldar a Sánchez porque los subpolíticos del PDeCAT (la antigua Convergencia corrupta) y ERC son incapaces de apostar por la concordia y el autogobierno. Y el PP y C’s insisten en responsabilizar a los socialistas de la deriva catalana –como si los primeros y su expresidente Rajoy no hubieran estado ocho años tensando la cuerda, y los segundos no fueran la primera fuerza política en Cataluña– y en reclamar elecciones generales. Tanto el presidente azul, Pablo Casado, como el naranja, Albert Rivera, han solicitado la comparecencia urgente de Sánchez en el Congreso, al tiempo que Torra le ha dado un plazo de treinta días para que acepte el referendo sobre la independencia de Cataluña, modelo Quebet (Canadá), como quería Pujol cuando el 3% no había subido al 10% ó más. El cooportavoz de ERC, Joan Tardà, ya ha advertido que no apoyarán el Presupuesto para 2019 si Sánchez no cede a sus pretensiones, como si alguna vez hubieran apoyado algo edificante y constructivo, más allá de censurar a Rajoy para limpiar las cuadras de Aurgías. Pero Sánchez no es Hércules ni siquiera un Sansón capaz de enfrentarse a los filisteos con la quijada de un burro, sino un tipo más ahogado que un rey del ajedrez que en estos momentos medita la conveniencia de prorrogar el Presupuesto y poner fecha a las elecciones.

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