Un desfile muy español

14/10/2018

Luis Sánchez-Merlo. La mañana gris hormiga que ladraba chubasco, impidió que los aviones que iban a participar en la parada militar pudieran hacerlo, pero no disuadió a la Legión de improvisar una orquestina y atacar con garbo el pasodoble valenciano, “Paquito el chocolatero”, estrenado en plena guerra civil, que se ha convertido en una de las canciones más populares de la música española y resulta pieza innegociable en cualquier expansión popular que se precie.

Paracaidistas, cazadores de montaña y artilleros antiaéreos, antes del desfile de la Fiesta Nacional de España por la Castellana, calentaban motores con música festiva, en posición de descanso a discreción, sin perder la formación y llevando el ritmo con rigor.

Por encima de todo, la metáfora del día era la expresión de la alegría interna y de un espíritu de vivir. Bailaron y luego desfilaron. Esto tan español, saber divertirse y cumplir con la tarea, no soslaya la exigua difusión que se da al día de la Fiesta Nacional, salvo para extraer los dividendos del puente resultante. Pronto pudimos descubrir que las campañas de publicidad masivas del Día de la Hispanidad, en la prensa digital, eran anuncios de la Lotería Nacional.

La aparición del presidente del Gobierno provocó gritos con insultos, pitos y abucheos de algunos asistentes habituales al desfile, que cada año tienen la ocasión de desahogarse con quienes consideran sus bestias negras. Un año más, sin novedad bajo el paraguas.

Pero error de bulto, pues la falta de respeto a las instituciones del Estado y el Presidente del Gobierno es figura destacada de ese armazón, es una anomalía inconcebible en una democracia parlamentaria asentada, como la española, donde al jefe del Ejecutivo le ha votado una mayoría absoluta del Congreso y ahí radica su legitimidad. Con independencia de sentires y quereres.

En democracia, las cuentas se ajustan en el parlamento y en las urnas, no a voz en grito en la calle sin posible defensa propia de los abucheados. Quienes no están de acuerdo con la política del gobierno, tienen asegurada su oportunidad, en las sesiones parlamentarias de control al Gobierno, y llegado el caso, en las urnas.

La televisión pública, tuneada por el pacto de izquierdas y pronto sometida a la inclemencia de las críticas, abrió sus telediarios con la noticia de los abucheos, lo que sorprendió a quienes buscaban pillar en falso a los nuevos servicios informativos que no se privaron de recoger, con pulcritud, lo que había pasado.

En un año como este, cargado de simbología (40 aniversario de la Constitución, 175 de la bandera nacional y 30 de la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas), faltaban los protagonistas de una historia de éxito, la de la Transición de la dictadura a la democracia con el indiscutible progreso de la nación española. Los padres del monarca.

La familia real ha quedado reducida a cuatro y en alguna de las tribunas se echaba en falta la presencia de reyes para siempre que, habiendo primado la longevidad de la institución, tienen un sitio destacado en la reciente historia de España.

Los ausentes siguen siendo los mismos, los presidentes nacionalistas de Cataluña, Navarra y País Vasco, que viven como los curas de antes, a cargo de los contribuyentes y actúan como si España (de cuya realidad forman parte indisoluble), no tuviera que ver con ellos (que, en su caso, constituyen una realidad temporal). Además, Podemos y sus afluentes, con casi un centenar de representantes (71 diputados y 20 senadores en las Cortes Generales) también se ausentaron, como de costumbre.

Los millones de ciudadanos que, un año tras otro, se quedan sin representante en la fiesta de la Nación, observan entre la mirada disipada y el rezongo, las ausencias de quienes son parte del armazón del Estado, que es en definitiva quien les proporciona la legitimidad de origen y ejercicio

¿Por qué no desfilan los Mossos, la Ertzaintza y otras policías autonómicas, es decir, del Estado, junto a la Policía Nacional y la Guardia Civil? Tampoco se vio en la tribuna al Ministro del Interior.

A diferencia de quienes han tenido tiempo para aprenderse la letra y no acaban de arrancarse, la ministra de Defensa, a quien se ha reprochado la gestión del comercio de bombas con Arabia Saudita, se ha aprendido y ha entonado “La muerte no es el final”. El mundo castrense habrá apreciado con agrado su gesto, sumándose al himno de homenaje a los caídos.

Los desfiles militares sirven para enseñar a los enemigos el fondo de armario con que cuenta un país y aprovechan la ocasión de la fiesta nacional para sacar pecho tecnológico y mostrar los progresos en el armamento.

La UME, en el corazón de los españoles entre las llamas de Doñana y el légamo de Sant Llorenç des Cardassar, es el mejor exponente de cómo avanza en España la protección a los civiles, con excelentes medios humanos y materiales que permiten asistencias de calidad.

Este año, la novedad fueron las aeronaves de Salvamento Marítimo y los efectivos motorizados de Protección Civil. Queda la duda de si se debe alterar la esencia del desfile terrestre, con añadidos que, si proliferan, pudieran llegar a confundir la parada militar con una cabalgata.

El colofón del desfile estuvo salpicado de trances protocolarios menores, que brindaron la ocasión a los caricatos de derrochar chanzas y humor. El presidente del Gobierno y su esposa intentaron recibir a los invitados junto a los Reyes, cometiendo un error del que tuvieron que ser advertidos por el servicio de protocolo.

Pero la sangre no llego al río, pues es sabido que lo peor que le puede suceder a un español es tener la sensación de haber hecho el ridículo.

Tras un breve rifirrafe de adeudos, la Casa Real, que lo asumió con reflejos, asentó la explicación del origen de lo ocurrido en el ritmo acelerado del trámite de saludos, ya que había prisa por concluir. Tras la breve recepción, los Reyes debían volar a Mallorca a apoyar a los damnificados por el trágico desbordamiento de un torrente asesino.

 

 

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