¡Qué bello es vivir!

14/12/2018

Miguel Ángel Valero. El presidente de Mapfre, Antonio Huertas, y el director de la Deusto Business School, Iñaki Ortega, desmenuzan en "La revolución de las canas" las oportunidades que está ofreciendo la economía de la longevidad.

Como en la famosísima película de Frank Capra (habitual en estas fechas tan señaladas), «La revolución de las canas. Ageingnomics o las oportunidades de una economía del envejecimiento» (Gestión 2000, Grupo Planeta, 249 páginas) rezuma optimismo. Pero no el optimismo almibarado del filme, sino una esperanza fundamentada en los datos.

Porque es una obra que llega a abrumar con tanto dato. Pero todos muy útiles e ilustrativos. Entre ellos, que en el mundo se venden ya más pañalas para adultos que para niños. O que ya el 40% del consumo mundial lo realizan los mayores de 65 años (aunque parece que la publicidad y el marketing todavía no se han enterado).

Quizás no aciertan del todo los autores, Antonio Huertas, presidente de Mapfre, e Iñaki Ortega, director de la Deusto Business School, en hablar de la economía del envejecimiento, cuando en realidad se refieren a las oportunidades que ofrece la mayor longevidad. Que no son la misma realidad: longevidad es la cualidad para vivir mucho tiempo, y envejecimiento es la acción de volverse deslucido o estropeado, como ellos mismos explican.

Es cierto que dejan muy claro que «lo realmente importante será saber cuánto tiempo podremos vivir una vida sana», no simplemente vivir más años. Y que hay que dejar de ver el aumento de la longevidad como un coste para contemplarlo como una oportunidad. Y esto enlaza con una cita de John Maynard Keynes, que aparece en el libro: «la dificultad no estriba en las ideas nuevas, sino en escapar de las viejas«.

Otro pensador, John Stuart Mill, ya pedía a mitad del siglo XIX que la tecnología se usara para «reducir cuanto fuera posible la semana laboral» y para ampliar «el espacio para el cultivo del intelecto, el progreso moral y social, más espacio para mejorar el arte de vivir».

También es cierto que «el arte de saber vivir únicamente es posible si practicamos el arte de saber envejecer«, como dice Pedro Olalla en «De senectude politica».

Sí subrayan los autores la importancia de tener un propósito en la vida, dar sentido a ésta, encontrar las razones para levantarse cada mañana de la cama, que «puede significar hasta siete años de vida adicional». Más datos: Los abuelos que cuidan de sus nietos ocasionalmente viven 5 años más, y el riesgo de morir en los siguientes 20 años se reduce un 37%.

No se trata de «añadir más años a la vida sino de añadir calidad de vida a los años«. Pero es que es la mayor longevidad es algo bueno para todos: «la gente se mantendrá más tiempo en el mercado laboral, los ahorros personales aumentarán, bajará el absentismo yu habrá menos presión para el sistema de salud».

Otra cuestión es el desprecio por el talento sénior existente entre las empresas, por mucho que se atribuya a Leonardo da Vinci la frase de que «el trabajo genera experiencia, y la experiencia sabiduría».

Optimismo es afirmar que «vivir muchos años nos permitirá reinventarnos varias veces en la vida con la ayuda de la educación».

Como dice José Antonio Marina, «para sobrevivir, las personas, las empresas y las instituciones deben aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno; además, si quieren progresar, habrán de hacerlo a más velocidad».

Echegaray, un despropósito

Sí discrepo abiertamente de poner a José Echegaray, «nuestro primer Premio Nobel de Literatura», como modelo de personas que destacaron en múltiples especialidades. Fue el primer premio Nobel de Literatura, sí, pero porque el Gobierno español presionó lo indecible a la Academia sueca para  que el galardón de 1904 no lo lograra Benito Pérez Galdós, que reúne desde luego infinitamente más méritos que Echegaray.

Es cierto que fue ingeniero, matemático, político (fue un excelente ministro de Fomento) y dramaturgo (aunque más bien mediocre). Pero la concesión del prestigioso galardón fue tan escandalosa que toda la Generación del 98 firmó un manifiesto en su contra con motivo de la entrega del Nobel. El siempre genial Ramón del Valle-Inclán cuenta que en el número 16 de la Calle Echegaray de Madrid vivió durante un tiempo su amigo el poeta Nilo Fabra. Éste tuvo que enviarle una carta, y enfadado por tener que cursarla a la calle dedicada a Echegaray, no tuvo reparos en escribir “Calle del Viejo Idiota nº 16″. Lo sorprendente es que la carta llegó, y Valle-Inclán aprovechó para elogiar la inteligencia de los carteros de Madrid.

Poner a Echegaray al mismo nivel que Gregorio Marañón o Santiago Ramón y Cajal es desde luego un pecado imperdonable.

Pero hasta el mejor escribano tiene un borrón. «La Revolución de las canas» es una valiosa aportación sobre las oportunidades que ofrece la economía de la longevidad, que no del envejecimiento.

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