El arte de insultar

06/02/2019

Hernando F. Calleja.

“Me pregunto cómo será el lugar especial del infierno para quienes promovieron el Brexit sin preparar siquiera un boceto del plan para llevarlo a cabo de manera segura». Esta frase del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, que ha dado la vuelta al mundo en un momento, roza la perfección como insulto. Es un agravio artístico, un vituperio brillante, un denuesto florentino y llega a escarnio genial. La verdad, no esperaba de un polaco tanta finura para llamar imbécil a alguien.

Frente a ello, nuestros políticos han iniciado una escalada de insultos tan sin gracia, tan gruesos y mal administrados que da pena oírlos. Claro, no leen, les dicen. Y a la hora de insultar, los asesores están faltos de palabras (de imaginación son carentes absolutos). O sea, que son unos memos, unos lelos, unos majaderos, unos zoquetes, unos mentecatos, unos bodoques. O sea, malos consejeros.

Ya no se trata de ser brillantes, como aquel diputado que se dirigía a Miguel Primo de Rivera, recalcando con insistencia y sorna su segundo apellido, Orbaneja. Tántas veces lo hizo en su intervención, que el dictablando, exasperado, le preguntó por qué tanto retintín con su segundo apellido, a lo que el diputado contestó: “Es una manera elegante de acordarme de su madre”. O cuando, ya en tiempos mucho más recientes, el inefable diputado socialista y amigo Pablo Castellano llamó tonto a un ministro, y ante la sugerencia de que retirara la expresión por parte de la presidencia de la Cámara, contestó: “Señor presidente, no es un insulto es una definición”.

Sé que algunos creen que ganan votos con la artillería verbal gruesa. A lo mejor es verdad. También sé que esos votos no van a venir de gente mesurada, de gente leída y escribida. Los hooligan, los gamberros del coro, del pareado y la pancarta, estarán encantados con estos vocingleros, insultadores sin fondo.

Al farfantón de apellido Rufián lo comprendo. Ir por la vida con un calificativo como ese en el DNI, casi le autoriza a serlo o, al menos, a ser un gurdo en la calle y hasta en el escaño. Pero a los finolis del máster y los diplomas no les pega. Suenan como sicofantes inverecundos.

La estupenda apelación a la gehena de Donal Tusk, como destino de los imbunches que han puesto al digno Reino Unido ante el abismo debería ser tenida en cuenta por los vitandos asesores de imagen de nuestros pultáceos políticos, que confunden el precipuo con el prepucio. A lo mejor consiguen hacerlos más presentables. Y ellos, cuando se queden con seguridad en paro, podrán ir con más posibilidades a por el rosco de Pasapalabra.

 

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