El arte que trajo la revolución

08/02/2019

Miguel Ángel Valero. La exposición de la Fundación Mapfre permite descubrir las aportaciones del neoprimitivismo, el cubofuturismo, el rayonismo, la apuesta radical por la abstracción, el constructivismo, el suprematismo, y el supranaturalismo, entre otras propuestas innovadoras.

La muestra ‘De Chagall a Malévich: el arte en revolución’ (en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre de Madrid, del 9 de febrero al 5 de mayo) tiene todas las papeletas para ser una de las exposiciones del año que acaba de comenzar. Son 92 obras de 29 artistas y 24 publicaciones que muestran cómo Rusia logra situarse como uno de los centros de la vanguardia artística en las tres primeras décadas del siglo XX.

Curiosamente, lo hace integrando, y no despreciando, la tradición, los iconos ortodoxos y los temas rurales. De alguna manera, se anticipan o anuncian la Revolución de Octubre de 1917. Que, como todas las revoluciones, devora a sus hijos y evoluciona hacia una dictadura, que en el caso de arte supone la imposición del realismo socialista decretada por Stalin.

«No fue la Revolución la que forjó las vanguardias», afirma Jean-Louis Prat, comisario de la exposición y presidente del Comité Marc Chagall. «Fueron los artistas los que se erigieron en revolucionarios antes de la Revolución», añade, lo que explica la desilusión posterior.

En la exposición se encuentran obras de Marc Chagall, Kazimir Malévich, Natalia Goncharova, Liubov Popova, El Lisitki, Vassily Kandinsky o Alexandr Ròdchenko. Llama la atención la gran presencia femenina, poco frecuente en el arte.

La muestra permite conocer el neoprimitivismo, capaz de combinar las formas tradicionales del arte popular ruso con las técnicas del postimpresionismo, el expresionismo, el fauvismo, y el cubismo.

También el cubofuturismo, que combina el cubismo procedente de Francia con la vanguardia italiana, y el rayonismo, que se presenta como una fusión del cubismo, el futurismo y el orfismo para liberarse de las formas concretas y centrarse en las haces de luz que emanan de los objetos más diversos.

O la apuesta radical por la abstracción, posiblemente al mayor aportación de las vanguardias rusas a la historia del arte moderno, y que procede del expresionismo alemán y del cubismo. Su mayor exponente es el suprematismo, en el que según Malévich, «los fenómenos visuales del mundo objetivo carecen, en sí mismos, de sentido, lo significativo es el sentimiento». Es la pintura en su grado cero, en su estado minimal.

Hay sitio, no obstante, para el constructivismo, que se proclama arte de producción, de impulso colectivo, alejado de las veleidades individuales, y que crea objetos que dialoguen con el espacio, declarando de alguna manera la muerte de la pintura.

Algo que aparece en la obra de Mijail Matiushin, compositor, violinista, profesor y pintor, que busca la cuarta dimensión potenciando la conciencia respecto al entorno y las investigaciones sobre la percepción humana.

La exposición termina con el triunfo del estalinismo y la dictadura del realismo socialista, que tilda de elitistas las experimentaciones de las vanguardias. Pero se ve cómo Pável Filónov y Kazimir Malévich tratan de conciliar el fervor revolucionario con la integridad creativa, pese a un entorno crecientemente hostil, con sus propuestas de «arte analítico» (el primero) y el «supranaturalismo» (el segundo). Las figuras sin rasgos faciales que aparecen en algunas obras de Malévich son una hábil, aunque velada, forma de denunciar la uniformidad de los trabajadores impuesta por el estalinismo.

Libros futuristas

Uno de los aciertos de la exposición es mostrar cómo esas vanguardias llegan a los libros, hasta el punto de liberar al lector de seguir un determinado orden de lectura, o de transformarlos en una especie de collage, con un botón en la portada.

Esas obras futuristas usan un lenguaje irreverente, iconoclasta, lúdico, desafiante, apoyado en los neologismos y en la alteración radical de la gramática y de la sintaxis.

Con el triunfo de la Revolución, los experimentos suprematistas y contructivistas pierden parte de su fuerza poética y se hacen más didácticos y pragmáticos.

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