‘Moby Dick’: En los confines de la obsesión

15/02/2019

Luis M. del Amo. Andrés Lima dirige a José María Pou en una obra imperfecta.

Resulta difícil oír algo malo sobre el montaje a partir de la novela de Herman Melville que ahora recala en Madrid tras su estreno hace un año en Barcelona. Un clásico de la literatura, un actor de prestigio y un director de éxito. Sin embargo, si hemos de ser sinceros, es necesario apuntar que, aunque la obra posee atractivos innegables, mi percepción personal es que la función dista mucho de ser redonda.

Moby Dick es una novela muy desconocida, oculta en parte por su leyenda. Su lectura resulta difícil y poco amena en su mayor parte, y no es ni de lejos la novela de aventuras que muchos imaginan. Al contrario, el texto de Melville tiene más que ver con la exploración del alma atormentada del capitán Ahab, un viejo tullido que pasea su ambición por todo el mundo, a la espera de enfrentarse de nuevo con la ballena blanca que le arrebató una pierna en un viejo encuentro.

En este marco, la adaptación de Juan Cavestany deja en 90 minutos los laberínticos meandros de la prosa melvilliana, y se concentra en lo más granado del texto; es decir, la obsesión de Ahab. ¿Y con qué está obsesionado el capitán? Más que con la ballena, consigo mismo, hay que decir. Y con la manera en que esa obsesión obtura su alma, y la domina sin remedio, hasta el punto de sacrificar vida y hacienda por perseguir sin tregua a la ballena y darle caza.

Bajo esta perspectiva, José María Pou encarna al capitán como un ser en permanente delirio, lúcido pero siniestro; una suerte de don Quijote pero a la inversa, cegado por un oscuro idealismo, que se centra esta vez, en lugar de en la justicia, en el mal, en su propia persona y en definitiva en su obsesión.

Apenas hay espacio para otro rasgo en la personalidad representada de este capitán Ahab, cuya siniestra fijación le lleva a dominar despóticamente a sus subordinados, reducidos a media docena en la adaptación, e interpretados por Jacob Torres y Oscar Kapoya, gritando a los cuatro vientos los límites de su obsesión, su parálisis y su miedo, con total falta de compasión sobre la cubierta del Pequod, muy bien representada por la escenografía de Beatriz San Juan; y bajo los focos que lo envuelven de una espectral y tenebrosa luz, en un sensacional trabajo de Valentín Álvarez.

Una función, más que redonda, de momentos, latigazos, como el esplendoroso final, que resume algunas de las virtudes de Andrés Lima como director, cuando una gasa manchada de sangre va envolviendo al capitán Ahab en una magnífica metáfora que corona una función dejando en el recuerdo, si no la satisfacción de un producto perfecto, sí algunas situaciones y sobre todo frases, que percuten el aire con la majestad del trueno, impulsadas por la famosa voz del actor.

Recomendable.

  • Teatro de La Latina de Madrid.
  • Hasta el 10 de marzo de 2019.

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