El Robinson Crusoe electoral

15/02/2019

Hernando F. Calleja.

Procedo a resintonizar la radio, solo Radio Clásica y Radio 3 de Radio Nacional. Procedo a preparar la televisión, sólo programación en estrimin, bueno, vale en streaming, películas, documentales y series. Son medidas profilácticas por que ¡estamos en campaña electoral!

¿Me preguntaría usted por qué desenchufo de la realidad? ¿Por qué renuncio a informarme para votar? Se lo contesto en tres palabras. Yo no voto. Escandalícese, llámeme lo que quiera, desahóguese, pero hágalo en la radio o en la televisión, así no me entero.

Una vez más se convocan unas elecciones con restricciones en la libertad de elección. Con listas cerradas y bloqueadas y con unas circunscripciones electorales provinciales que distorsionan gravemente la voluntad de cada uno de los ciudadanos que votan. Cuando Suárez convocó las elecciones del 15 de junio de 1977 un servidor, en atención a las grandes expectativas que se abrían, votó, pese a que el decreto electoral ya me parecía un bodrio. Han pasado más de cuarenta años y la ley electoral vigente me sigue pareciendo un bodrio.

Pero, podría ocurrir que siendo mala la ley electoral, fuera neutral. Pero es que esta ley no lo es. Por eso mi obcecación en no votar y el recordatorio de que algunas minorías, en el comienzo de esta legislatura y de la anterior, protestaron airadamente contra la ley electoral y prometieron hacer lo posible por cambiarla. Siguen siendo minorías, pero instaladas y ahora ya ni lo mencionan.

Algunos amigos patriotas me afean cada convocatoria, me llaman apátrida, insolidario, iluso, asocial, vago, desinteresado, cazurro, cobarde, anarquista. Reconozco que algunos de estos apelativos son merecidos, aunque no les voy a dar la satisfacción de decirles cuáles de ellos. Pero ninguno casa con mi abstencionismo, iba a añadir militante, pero lo de militar ni en sentido verbal ni como adjetivo me encaja.

Reconozco que me resulta muy incómodo, cada jornada electoral, ser abstemio de urnas. Mientras espero a la puerta del colegio electoral a los que sí votan, algunos murmuran o me lo parece. Y no les digo nada, en aquella ocasión en la que no me sirvieron los trucos y dispensas al uso y tuve, finalmente, que presidir una mesa y reconocer en voz alta, el presidente no vota. Todo el día me miraban los compañeros de mesa y los compromisarios de los partidos con una mezcla de conmiseración y desprecio insoportables.

La única duda sobre mi actitud, que de vez en cuando, muy de vez en cuando, me asalta es por qué a tantos les molesta que no vote cuando ellos votan algunas ideas extravagantes o a algunos candidatos que saben indeseables arropados en una lista cerrada y bloqueada o vierten su papeleta a la que habrá que sumar ochenta mil más para sacar un escaño, cuando en la provincia de al lado, con veinticinco mil papeletas te sientas en el cuero rojo seguro.

Confieso que ser un Robinson Crusoe electoral tiene muchos inconvenientes, pero la radio, el estrimin y los cedés, acompañan mucho.

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